
Un verano adelantado en plena primavera. Así se vivió Santiago y gran parte de la zona central de Chile durante la semana pasada, cuando las temperaturas máximas alcanzaron y superaron los 34°C, un récord para noviembre en décadas recientes. Este fenómeno, anticipado por modelos meteorológicos y alertado por la Dirección Meteorológica de Chile (DMC), dejó tras de sí una estela de consecuencias que recién hoy, con la distancia temporal necesaria, pueden ser analizadas en toda su complejidad.
La ola de calor fue impulsada por una dorsal cálida en altura y un flujo del este que potenció la entrada de aire seco y caliente desde la cordillera hacia los valles interiores. Regiones como Valparaíso, O’Higgins, Maule, Ñuble y Biobío experimentaron jornadas con máximas entre 30 y 34°C, mientras Santiago vivió días que muchos describieron como “verano en primavera”.
Desde el punto de vista climatológico, este evento no es un simple pico aislado, sino parte de una tendencia creciente de episodios extremos que se han intensificado en la última década. El análisis de expertos consultados por medios como Meteored y la DMC confirma que esta ola de calor es un síntoma tangible del cambio climático que afecta a Chile y al mundo.
"Estos eventos son una llamada urgente para reforzar las políticas de adaptación climática, especialmente en las zonas urbanas más vulnerables", señaló un representante del Ministerio del Medio Ambiente, destacando la necesidad de planes integrales que incluyan infraestructura verde y sistemas de alerta temprana.
Sin embargo, la oposición política ha cuestionado la gestión y la anticipación del Estado. Desde partidos de izquierda, se ha criticado la falta de inversión en áreas como la educación ambiental y la protección social para los grupos más afectados, especialmente adultos mayores y personas en situación de pobreza energética.
En contraste, sectores empresariales y gremiales han puesto el foco en la resiliencia económica, advirtiendo que el aumento de las temperaturas afecta la productividad y la calidad de vida, pero también que las respuestas deben equilibrar desarrollo y sostenibilidad.
En comunas como Rancagua, Curicó y Talca, donde las temperaturas superaron los 30°C durante varios días consecutivos, la población reportó un aumento en consultas médicas por golpes de calor y deshidratación. Los hospitales y centros de salud primaria evidenciaron un aumento del 15% en atenciones relacionadas con el calor, según datos preliminares del Ministerio de Salud.
Además, el sector agrícola sufrió daños en cultivos sensibles, especialmente en frutales de temporada, lo que podría repercutir en la economía local y en los precios de alimentos en las próximas semanas.
Ciudadanos entrevistados expresaron sentimientos encontrados: desde la sorpresa y el malestar por el calor inesperado, hasta la preocupación por el futuro y la necesidad de cambios profundos en la gestión ambiental.
A la luz de los hechos y tras el análisis de múltiples fuentes, se puede concluir que:
- El evento de calor extremo no fue un accidente aislado, sino parte de un patrón que se intensifica con el cambio climático.
- Las políticas públicas actuales muestran brechas en anticipación, prevención y protección social ante estos fenómenos.
- La sociedad chilena enfrenta un desafío multidimensional que requiere diálogo entre sectores políticos, científicos, económicos y ciudadanos.
La ola de calor de noviembre de 2025 se inscribe así como un episodio que desnuda la fragilidad de las estructuras urbanas y sociales frente a la crisis climática, pero también como una oportunidad para repensar el modelo de desarrollo y la relación con el territorio. La pregunta que queda en el aire es si Chile estará dispuesto a aprender de esta experiencia antes de que la próxima ola sea aún más dura.
Fuentes: Dirección Meteorológica de Chile, Meteored, Ministerio de Salud, entrevistas a expertos y testimonios ciudadanos.