
El drama humanitario en Gaza se ha instalado como una tragedia que no se resuelve con discursos, sino con vidas que se extinguen lentamente. A fines de agosto de 2025, la ONU confirmó que más de 500.000 personas en la Franja de Gaza enfrentan una situación de hambruna calificada como “catastrófica”, un fenómeno sin precedentes en la región, que afecta principalmente a niños y mujeres, y que se ha ido agravando desde el inicio del conflicto armado que mantiene el territorio bajo un estricto bloqueo israelí.
La Clasificación Integrada de la Seguridad Alimentaria en Fases (CIF) proyectó que para septiembre la cifra podría superar las 640.000 personas, extendiéndose a gobernaciones como Deir al-Balah y Khan Younis. Esta situación ha sido calificada por el Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, Volker Türk, como una consecuencia directa de las políticas implementadas por Israel, y un posible crimen de guerra por el uso del hambre como método bélico.
Desde un lado del coliseo, la ONU y diversas organizaciones humanitarias han documentado la gravedad de la crisis, basándose en cifras oficiales y testimonios que dan cuenta de más de 270 muertes por inanición, incluyendo a más de un centenar de niños.“Utilizar la hambruna como método de guerra constituye un crimen de guerra”, enfatizó Türk, apelando a la responsabilidad internacional para detener el sufrimiento.
En el otro extremo, el Gobierno israelí ha negado rotundamente la existencia de una hambruna, sosteniendo que se trata de una “falsa campaña” impulsada por Hamás y organismos internacionales. El Ministerio de Asuntos Exteriores de Israel declaró que más de 100.000 camiones de ayuda han ingresado a Gaza desde el inicio del conflicto y que los precios de los alimentos han caído en los mercados locales, argumentando que los datos de la ONU son poco fiables y que el CIF habría reducido arbitrariamente los umbrales para declarar hambruna.“No detectaron hambruna, así que la inventaron”, afirmó la Cancillería israelí en redes sociales.
Esta disputa no es solo semántica. En el terreno, la población civil vive la tragedia de la escasez, el colapso de servicios básicos y la inseguridad alimentaria, mientras que las narrativas enfrentadas alimentan una batalla paralela por la legitimidad y la percepción internacional.
Más allá de la confrontación diplomática, la crisis alimentaria en Gaza ha generado un efecto dominó en la estabilidad social y política del enclave. Las organizaciones locales denuncian que las restricciones al paso de alimentos y medicinas, así como los ataques a puntos de distribución humanitaria, han convertido la búsqueda de ayuda en una “trampa mortal” para la población.
Desde distintos sectores sociales palestinos, se expresa un sentimiento de abandono y desesperanza, mientras que en la región, países vecinos observan con preocupación cómo la crisis humanitaria podría exacerbar tensiones y alimentar nuevos ciclos de violencia.
La confirmación oficial de una hambruna en Gaza representa un punto de inflexión en la comprensión del conflicto. Los hechos muestran que el hambre no es una consecuencia colateral, sino una estrategia con efectos devastadores sobre la población civil. La negación por parte de Israel, por su parte, refleja la complejidad geopolítica y la batalla por la narrativa que acompaña a cualquier conflicto armado.
Este enfrentamiento de verdades y percepciones obliga a la comunidad internacional a replantear su rol y a exigir soluciones que prioricen la vida y la dignidad humana por sobre cualquier interés estratégico. Mientras tanto, miles de personas en Gaza sufren en silencio, atrapadas en un coliseo donde la tragedia humana no conoce vencedores.
Fuentes: Naciones Unidas, Ministerio de Asuntos Exteriores de Israel, Clasificación Integrada de la Seguridad Alimentaria en Fases (CIF), Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos.