
Desde el estallido del conflicto en Ucrania en 2022, la refinería de petróleo de Kremenchuk ha sido blanco constante de ataques rusos, a pesar de encontrarse prácticamente fuera de operación desde los primeros meses de la guerra. Este fenómeno, que podría parecer un sinsentido táctico, revela una compleja trama de objetivos militares, simbólicos y psicológicos que aún hoy, en noviembre de 2025, mantienen viva la controversia.
Kremenchuk, ubicada en el centro de Ucrania, fue uno de los mayores centros industriales y logísticos del país. Su refinería, con capacidad para procesar hasta 19 millones de toneladas de petróleo al año, abastecía cerca del 50% de la gasolina nacional antes del conflicto, según expertos como Serhiy Kuyun, director del A-95 Consulting Group. Sin embargo, los ataques comenzaron en abril de 2022 y la planta quedó fuera de servicio poco después, con la infraestructura severamente dañada y sin perspectivas claras de recuperación inmediata.
Desde entonces, los bombardeos no cesaron. En junio de 2025, Rusia ejecutó su ofensiva más intensa, declarando un "éxito" en destruir lo que quedaba, aunque la planta ya no estaba operativa. "Están acabando con ella para impedir cualquier posible restauración", explicó Kuyun en una entrevista reciente.
En el ámbito militar ruso, el objetivo declarado ha sido cortar el suministro de combustible a las fuerzas ucranianas, especialmente en la región del Donbás. Sin embargo, analistas independientes y ucranianos plantean que la persistencia en atacar una planta inoperativa responde más a una lógica de castigo simbólico y psicológico que a una necesidad estratégica real.
Mykhailo Honchar, presidente del Centro de Estudios Globales Strategy XXI, sostiene que "estos ataques buscan desmoralizar y enviar un mensaje, más que afectar la logística ucraniana". Por su parte, fuentes militares ucranianas y occidentales coinciden en que el abastecimiento de combustible se ha mantenido gracias a importaciones por tierra y mar, lo que ha mitigado el impacto directo de la destrucción de Kremenchuk.
Para la población de Kremenchuk, los ataques han significado no solo la pérdida de un motor económico, sino también un constante riesgo para la vida civil. En junio de 2022, un misil impactó un centro comercial de la ciudad, causando más de 20 fallecidos. Este episodio marcó un punto de inflexión en la percepción pública, evidenciando que la guerra no solo se libra en el frente, sino también en la cotidianidad de los ciudadanos.
Desde la perspectiva regional, la destrucción de la refinería ha acelerado la dependencia ucraniana de combustibles importados, lo que ha reconfigurado las rutas comerciales y las alianzas energéticas con Europa. Esta adaptación, aunque exitosa en términos logísticos, expone a Ucrania a nuevas vulnerabilidades geopolíticas.
El caso de Kremenchuk pone en evidencia la complejidad de la guerra moderna, donde el daño material se entrelaza con la guerra psicológica y simbólica. La insistencia en bombardear una infraestructura ya destruida desafía la lógica estrictamente militar y apunta a una estrategia de desgaste y mensaje político.
A nivel internacional, este episodio subraya la importancia de diversificar y asegurar las cadenas de suministro en tiempos de conflicto, así como la necesidad de proteger a la población civil de los daños colaterales. Para Ucrania, la experiencia ha significado aprender a operar en un contexto de guerra híbrida, donde la resiliencia y la adaptación son tan cruciales como la defensa territorial.
Finalmente, la persistencia de estos ataques recuerda que en la guerra, la destrucción física es solo una parte visible del daño: la sombra de la incertidumbre, el miedo y la desinformación se extienden mucho más allá de las ruinas.
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Fuentes: BBC News Mundo, entrevistas a expertos en energía y seguridad, informes militares ucranianos y análisis de centros de estudios internacionales.