Hace poco más de dos meses, el Primer Ministro de Canadá, Mark Carney, se erigía como el inesperado estandarte de la soberanía canadiense con una frase que resonó en la diplomacia internacional: "Canadá nunca estará en venta". Pronunciada en la Casa Blanca frente a un Donald Trump que coqueteaba con la idea de anexionar a su vecino del norte, la declaración consolidó la imagen de Carney como un guardián tecnócrata pero firme. Sin embargo, a fines de junio, el tablero geopolítico mostró una jugada distinta: Canadá rescindió un impuesto clave a los gigantes tecnológicos estadounidenses, una medida que la Casa Blanca no tardó en calificar como una capitulación. ¿Fue una concesión forzada o un movimiento estratégico? A más de 60 días del clímax de la tensión, los hechos permiten un análisis más profundo de una relación tan integrada como asimétrica.
La historia reciente de esta tensión comenzó con la llegada de Mark Carney al poder en marzo de 2025. Exgobernador de los bancos centrales de Canadá e Inglaterra, su perfil técnico contrastaba con el estilo de su predecesor, Justin Trudeau. Carney asumió en un momento crítico: Donald Trump, en su segundo mandato, había intensificado su guerra comercial, imponiendo aranceles y refiriéndose a Canadá como el potencial "estado número 51".
Carney capitalizó el descontento y el orgullo nacional. Su popularidad creció al proyectar una "confianza en la existencia de Canadá", como lo describió el académico Stephen Henighan. El punto de inflexión fue la reunión del 6 de mayo en Washington. Ante la insistencia de Trump sobre los beneficios de una anexión, la respuesta de Carney fue categórica y se convirtió en un símbolo de resistencia.
Pero la retórica se enfrentó pronto al peso de la economía. Estados Unidos es el destino del 75% de las exportaciones canadienses. La administración Trump había impuesto aranceles parciales del 25% sobre varios productos, y Canadá había respondido con gravámenes por 42.000 millones de dólares a bienes estadounidenses. La tensión escaló cuando Canadá se preparaba para implementar un impuesto sobre servicios digitales que afectaba a gigantes como Alphabet y Amazon. La reacción de Trump fue fulminante: suspendió las negociaciones comerciales.
El fin de semana del 28 y 29 de junio, la presión surtió efecto. El gobierno de Carney anunció la anulación del impuesto digital. Inmediatamente, la Casa Blanca proclamó victoria. "El primer ministro Carney y Canadá cedieron ante el presidente Trump", declaró su portavoz, Karoline Leavitt.
La retirada del impuesto digital generó un debate con múltiples lecturas, lejos de una narrativa única de triunfo o fracaso.
La relación entre Canadá y Estados Unidos siempre ha oscilado entre la integración profunda y la necesidad canadiense de afirmar su independencia. La retórica de Trump sobre el "estado 51" no es nueva, pero su agresividad económica le dio un filo inédito. La respuesta de Carney, inicialmente desafiante y luego pragmática, refleja este dilema histórico.
Actualmente, la crisis inmediata ha sido desactivada. Las negociaciones comerciales se han reanudado, pero la tensión subyacente no ha desaparecido. Los aranceles generales de Trump siguen vigentes a la espera de una larga batalla judicial en cortes estadounidenses, y la amenaza de gravámenes sectoriales persiste. La narrativa del "Guardián del Norte" se ha vuelto más compleja: Mark Carney ha demostrado ser tanto un defensor de la identidad nacional como un líder pragmático consciente de los límites del poder de su país. El conflicto no está cerrado; simplemente ha entrado en una nueva fase, una donde la realpolitik ha moderado, al menos por ahora, el fervor soberanista.