
El lunes 17 de noviembre, el Parque Nacional Torres del Paine se convirtió en el escenario de una tragedia que desnuda la vulnerabilidad humana frente a la fuerza de la naturaleza. Cinco turistas, de nacionalidades mexicana, alemana y británica, perdieron la vida tras quedar atrapados en el Paso John Garner, el punto más alto y expuesto del exigente Circuito 'O'. La tormenta de viento blanco que azotó la zona con ráfagas cercanas a los 190 km/h y visibilidad nula, dejó además varios heridos y desaparecidos, desatando un operativo de búsqueda y rescate que movilizó a Carabineros, Ejército, CONAF y brigadas especializadas.
Este paso, ubicado a 1.200 metros sobre el nivel del mar en el macizo Paine, es conocido por sus vistas imponentes y su terreno abrupto. Sin embargo, es también un espacio donde la naturaleza impone su ley sin concesiones. Eduardo Katz, director en ecoturismo de la Universidad San Sebastián, describe el lugar como "muy expuesto al viento, sin vegetación que permita refugio, y donde los vientos del oeste llegan intensificados por la geografía encajonada". Esta combinación, sumada a las condiciones climáticas extremas del día del accidente, generó un escenario prácticamente imposible para quienes transitaban por allí.
La jefa del Observatorio Climático de la USS, Paula Santibáñez, explica que el fenómeno que azotó Torres del Paine no fue un simple mal tiempo, sino un evento extremo e inusual incluso para la región: "Ráfagas de viento blanco, nieve intensa, temperaturas bajo cero y visibilidad casi nula. Condiciones incompatibles con una travesía segura". Este contexto meteorológico, potenciado por la fase negativa de la Oscilación Antártica, permitió la llegada de frentes fríos y baja presión que complicaron la seguridad en las rutas.
Mientras expertos en montañismo y ecoturismo subrayan la imprevisibilidad y peligrosidad inherentes al Parque Nacional, sectores políticos y sociales han puesto el foco en la gestión de riesgos y la responsabilidad de las autoridades. Por un lado, el delegado presidencial Guillermo Ruiz confirmó la magnitud de la emergencia y el cierre temporal del circuito para facilitar las labores de rescate. Por otro, críticas han emergido en redes y medios, cuestionando la preparación y protocolos frente a fenómenos meteorológicos extremos, especialmente en un parque que recibe miles de visitantes anualmente.
Desde la comunidad local y los guías turísticos, la tragedia también ha encendido un debate sobre la necesidad de reforzar la educación y advertencias a los visitantes, así como mejorar la infraestructura y equipamiento de emergencia en zonas remotas.
La tragedia en Torres del Paine confirma que, pese a los avances en tecnología y gestión, la naturaleza sigue imponiendo límites que la humanidad debe respetar y entender con humildad. Las condiciones extremas del clima en la Patagonia no solo son frecuentes, sino que pueden escalar a niveles letales en cuestión de horas. La combinación de terreno expuesto, falta de refugios naturales y la imprevisibilidad meteorológica exige no solo precaución, sino también una revisión profunda de los protocolos de seguridad y comunicación en parques nacionales.
Este episodio deja lecciones dolorosas: la necesidad de fortalecer la coordinación entre organismos de rescate, mejorar la información climática en tiempo real para los visitantes y aumentar la conciencia sobre los riesgos inherentes a la alta montaña.
En definitiva, la tragedia es un llamado a la reflexión sobre cómo convivimos con espacios naturales que, aunque hermosos y cautivadores, demandan respeto absoluto y preparación rigurosa para evitar que el coliseo de la naturaleza vuelva a cobrar víctimas inocentes.