
El ascenso de Rodrigo Paz a la presidencia de Bolivia representa un punto de inflexión en la política del país andino, que tras casi 20 años de hegemonía del Movimiento al Socialismo (MAS) enfrenta una nueva etapa cargada de incertidumbres y oportunidades.
El pasado 12 de octubre de 2025, Paz se impuso en segunda vuelta con un 54,57% de los votos, derrotando al exmandatario Jorge Tuto Quiroga y marcando el fin del ciclo masista que comenzó con Evo Morales en 2006. Este triunfo no fue un voto de adhesión entusiasta, sino más bien un rechazo a los extremos y una búsqueda de un liderazgo que canalice el cansancio social y las demandas de los sectores populares y emergentes.
Rodrigo Paz, economista y político con raíces en la Democracia Cristiana, ha construido su imagen como un reformista moderado que busca un modelo de capitalismo inclusivo. “Vamos a liberalizar, pero no para los ricos; lo haremos para los pobres”, ha señalado, apuntando a legalizar la economía informal, que representa cerca del 80% del país, y a facilitar la entrada de microemprendedores al sistema formal.
Su fórmula vicepresidencial, Edman Lara, un expolicía con fuerte presencia en redes sociales y discurso anticorrupción, reforzó esta imagen de renovación y lucha contra los abusos del poder, tanto de la vieja oligarquía como del masismo.
En un gesto histórico, el presidente chileno Gabriel Boric asistió a la investidura de Paz el 8 de noviembre, el primer encuentro oficial en 19 años entre mandatarios de ambos países. El 18 de noviembre, Paz afirmó que Bolivia debe “cambiar la relación” con Chile “sin renunciar al mar”. Este enfoque pragmático busca dejar atrás décadas de tensiones diplomáticas centradas en la demanda marítima, priorizando la cooperación en seguridad fronteriza, comercio y desarrollo conjunto.
No obstante, la demanda marítima sigue siendo un tema sensible y emblemático para Bolivia. Paz reconoce la derrota jurídica en la Corte Internacional de Justicia y apuesta por un diálogo que permita avanzar en otros ámbitos, aunque la presión social y política interna mantiene viva la expectativa de recuperar un acceso soberano al océano Pacífico.
Paz hereda un país con una economía en recesión, alta inflación y problemas estructurales como la escasez crónica de combustibles, que afecta la cadena productiva y la vida cotidiana. “La gente lleva carne molida y hueso, prácticamente ya no se vende carne”, comentó una vendedora en Santa Cruz, reflejando la crisis alimentaria que se suma a la incertidumbre económica.
El nuevo gobierno deberá manejar la delicada relación con el MAS y Evo Morales, quien aún conserva apoyo popular y capacidad de movilización. Morales ha denunciado a Paz como neoliberal y amenaza con resistir algunas de sus políticas, mientras que sectores como la Central Obrera Boliviana han declarado emergencia ante propuestas de descentralización y reformas.
Desde la derecha conservadora, como la representada por Quiroga y sus seguidores, se observa con escepticismo el giro hacia un modelo que, aunque más liberal, mantiene vínculos con sectores populares y no rompe completamente con el legado masista. Por otro lado, movimientos sociales y grupos indígenas demandan que las transformaciones no sacrifiquen los avances en inclusión y derechos logrados en las últimas dos décadas.
En Chile, la reacción ante la propuesta de legalizar vehículos “chutos” ha generado polémica, dado que muchos de estos automóviles provienen de robos en territorio chileno. Paz ha prometido que los vehículos con denuncia de hurto serán devueltos a sus propietarios, en un intento por desactivar la tensión.
El gobierno de Rodrigo Paz abre una etapa de transición compleja en Bolivia, marcada por la necesidad de estabilizar la economía, reconstruir instituciones debilitadas y redefinir la relación con Chile bajo un prisma pragmático y de cooperación, sin abandonar las reivindicaciones históricas.
La combinación de un liderazgo que busca un “capitalismo para todos”, la presencia de un vicepresidente mediático y la coexistencia con un MAS aún influyente, configura un escenario donde la gobernabilidad dependerá del equilibrio entre reformas económicas, demandas sociales y dinámicas políticas internas.
Este cambio en Bolivia no solo impacta en la política interna, sino que también ofrece una oportunidad para que Chile y Bolivia exploren nuevos caminos de entendimiento y colaboración, en un contexto regional que demanda estabilidad y desarrollo compartido.
---
Fuentes: Cooperativa.cl, El País América, BioBioChile, análisis de expertos en política latinoamericana y economía boliviana.