
Un Congreso sin mayoría clara, un tablero político que se rehúsa a la estabilidad y un país expectante ante la capacidad de sus representantes para gobernar. Tras las elecciones parlamentarias de noviembre de 2025, la composición del Congreso chileno muestra una fragmentación que complica la formación de mayorías estables. El pacto de derecha Cambio por Chile, integrado por Republicanos, Social Cristianos y Nacional Libertarios, logró 42 escaños en la Cámara de Diputados, mientras que Chile Grande y Unido, que agrupa a UDI, RN, Evópoli y Demócratas, sumó 35. Esta suma se queda a un voto de la mayoría simple, pero la realidad es más compleja: no todos sus integrantes actúan en bloque, como evidenció el senador Matías Walker, quien anticipó que su partido Demócratas se posicionará en oposición si gana Jeannette Jara o José Antonio Kast.
Por otro lado, el Partido de la Gente, con 13 diputados, irrumpió como una fuerza nueva y disruptiva. Este conglomerado, liderado por Franco Parisi, se presenta con un programa populista y una bancada mayoritariamente debutante, lo que añade un ingrediente de incertidumbre a la dinámica parlamentaria. Su posición ambigua y su falta de experiencia generan dudas sobre su rol en la negociación política.
En el Senado, la renovación ha sido aún más profunda. La salida de figuras políticas de larga trayectoria ha dejado vacíos en espacios clave para la construcción de acuerdos históricos. Esta pérdida de referentes puede debilitar la institucionalidad parlamentaria y dificultar la continuidad de políticas de largo plazo.
Desde una perspectiva política, la derecha celebra sus avances pero reconoce que no alcanza la hegemonía, mientras la izquierda enfrenta la necesidad de repensar su estrategia tras la derrota electoral que reflejó un distanciamiento con amplios sectores ciudadanos. Como señala un analista político consultado, “la fragmentación obliga a un nuevo estilo de gobernanza, donde el diálogo y la negociación serán la única vía para avanzar”.
En términos sociales, diversos sectores ciudadanos expresan preocupación por la falta de claridad en las posturas de los nuevos parlamentarios y el riesgo de estancamiento legislativo. Organizaciones sociales advierten que la agenda de seguridad, crecimiento económico y reformas estructurales podría quedar relegada ante la disputa por el poder.
Finalmente, el Gobierno que asumirá el próximo 11 de marzo enfrenta un escenario complejo. Un experto en políticas públicas comenta: “La ausencia de mayorías claras obliga a buscar interlocutores diversos y a construir acuerdos que trasciendan el corto plazo, lo que puede ser un desafío pero también una oportunidad para una política más madura y plural.”
Las verdades que emergen tras este proceso electoral son claras: la política chilena navega en aguas turbulentas, donde ningún actor puede imponerse sin diálogo y donde la fragmentación refleja un país plural y en búsqueda de nuevas formas de representación. La gobernabilidad dependerá de la habilidad de los partidos para entender que el poder ya no reside en mayorías absolutas, sino en la capacidad de construir consensos. El futuro inmediato es incierto, pero también está abierto a la posibilidad de innovar en la política chilena, si se logra superar la desconfianza y el fraccionamiento que hoy dominan el Congreso.