
El domingo 16 de noviembre de 2025, Chile vivió una jornada electoral que no solo definió el futuro político nacional, sino que también encendió alarmas y celebraciones más allá de sus fronteras. José Antonio Kast, candidato del Partido Republicano, logró avanzar a la segunda vuelta presidencial con un 23,9% de los votos, enfrentándose a Jeannette Jara, exministra de Trabajo, quien obtuvo casi un 27%. Este resultado ha desatado un choque de miradas que, a una semana del evento, comienza a mostrar sus contornos más claros y sus consecuencias visibles.
Santiago Abascal, líder del partido ultraderechista español Vox, calificó el avance de Kast como una "noticia extraordinaria" y un "cambio histórico" que "empezará a transformar poco a poco la cara del continente hispanoamericano". Abascal vinculó este fenómeno chileno a una "reacción global" de fuerzas nacionalistas en Europa y América, extendiendo su mirada hasta Argentina y Estados Unidos, y augurando que pronto llegará a Colombia y otros países de la región.
En un tono similar, Luis Caputo, ministro de Economía argentino y cercano al economista Javier Milei, felicitó a Kast en redes sociales, destacando la importancia de que "Chile vuelva a ser un faro de libertad en la región". Estas expresiones evidencian un entramado transnacional que busca fortalecer un bloque ideológico que desafía las democracias liberales tradicionales en América Latina.
Dentro de Chile, la reacción es tan intensa como diversa. Sectores conservadores y de derecha ven en Kast la oportunidad de un giro hacia políticas más restrictivas en materia social y económica, con promesas de orden y seguridad. Por otro lado, amplios sectores sociales, movimientos feministas, pueblos originarios y partidos de izquierda denuncian el avance como un retroceso que amenaza derechos conquistados y la convivencia democrática.
Una dirigente feminista comentó: "El ascenso de Kast no es solo una elección, es un reflejo de la crisis social y política que vivimos, donde discursos de odio y exclusión ganan terreno".
El gobierno actual y los partidos de centro izquierda enfrentan el desafío de reconfigurar sus estrategias para la segunda vuelta, intentando contener la fragmentación del electorado y responder a las demandas ciudadanas que emergieron con fuerza en los últimos años.
Para comprender este fenómeno es imprescindible situarlo en un contexto histórico y socioeconómico más amplio. Chile, tras años de protestas sociales, crisis económicas y debates constitucionales, muestra una sociedad fragmentada donde la desconfianza hacia las instituciones y los actores políticos tradicionales ha crecido.
El avance de Kast no es un hecho aislado, sino el resultado de un proceso en el que se entrelazan la inseguridad ciudadana, el miedo al cambio cultural, la crisis económica y la influencia de discursos nacionalistas globales. Asimismo, la reacción internacional de figuras como Abascal y Caputo subraya la dimensión geopolítica que toma esta elección, donde Chile aparece como un tablero donde se enfrentan proyectos políticos con alcances continentales.
El paso de José Antonio Kast a segunda vuelta representa más que una contienda electoral: es la cristalización de tensiones profundas en la sociedad chilena y un reflejo de tendencias globales que desafían la estabilidad democrática. La polarización exhibida no solo enfrenta a candidatos, sino a visiones del país y del mundo que parecen irreconciliables a corto plazo.
La influencia y apoyo explícito de líderes ultraderechistas internacionales revelan que esta elección chilena es observada y respaldada desde fuera, añadiendo presión y complejidad al escenario local.
Para el electorado, el desafío será decidir no solo entre dos opciones, sino entre modelos de sociedad con impactos que trascenderán el resultado inmediato, afectando la convivencia, la política regional y la percepción internacional de Chile.
Este episodio evidencia que las elecciones son, en realidad, un espejo roto donde se reflejan los miedos, esperanzas y contradicciones de un país y una región en transformación.