
El viraje estratégico de Jeannette Jara en su campaña presidencial ha marcado un antes y un después en la contienda electoral que se vive en Chile. Desde agosto de 2025, la exministra del Trabajo ha dejado atrás propuestas que la habían definido en la primera etapa de su candidatura, como la eliminación del sistema de AFP y la legalización del aborto libre, para adoptar un programa programático más moderado y pragmático.
Este cambio no ha sido casual ni espontáneo. La caída en las encuestas y los errores comunicacionales —como el desconocimiento público de la nacionalización del cobre y el respaldo al tercer retiro de fondos previsionales— obligaron a Jara y su equipo a reconfigurar su estrategia. Así, presentó un programa de 83 páginas titulado “Un Chile que cumple”, que prioriza la aceleración de inversiones públicas y privadas, la seguridad ciudadana y la mejora gradual del salario mínimo, entre otros puntos.
El despliegue territorial, que comenzó con la denominada “Jaraneta” —un bus acondicionado para recorrer las regiones—, ha sido el motor para recomponer la relación con la ciudadanía. En localidades tan diversas como Valparaíso, Calama, Iquique y Arica, la candidata ha buscado un contacto directo con los votantes, dejando momentáneamente de lado los foros presidenciales para apostar a la cercanía y el diálogo.
El programa de Jara se divide en cinco ejes principales: bases económicas enfocadas en crecimiento inclusivo, seguridad sin miedo, salud oportuna, viviendas y barrios dignos, y educación integral. La seguridad, en particular, ha cobrado protagonismo con un enfoque que combina fortalecimiento institucional, combate al crimen organizado y prevención de violencia, incluyendo la violencia de género y la protección de niños y adolescentes.
Desde el mundo político, las reacciones han sido variadas y reflejan las tensiones internas del oficialismo y la oposición. Por un lado, figuras del Partido Socialista y el PPD han valorado el pragmatismo y la voluntad de unidad expresada por Jara, mientras sectores más críticos dentro del Frente Amplio y el Partido Comunista han lamentado la renuncia a banderas históricas que consideraban fundamentales para una transformación profunda del país.
“Entre encender la rabia y el odio entre chilenos, yo elijo encender la esperanza. Ese es nuestro camino: la unidad y el respeto”, declaró Jara en el cierre de su campaña el 13 de noviembre, enfatizando que “nadie puede quedar atrás” y que su gobierno buscará llegar a cada rincón de Chile, incluyendo a quienes aún sienten miedo.
Desde la ciudadanía, la recepción también ha sido heterogénea. En regiones donde la inseguridad y la economía informal son preocupaciones constantes, el énfasis en la seguridad y el crecimiento que llegue a todas las mesas ha sido bien recibido. Sin embargo, en sectores urbanos y jóvenes, la percepción es más crítica, cuestionando la falta de avances en derechos sociales y la ambigüedad en temas de igualdad de género y derechos reproductivos.
Este escenario presenta una disonancia cognitiva constructiva: Jara se enfrenta al desafío de equilibrar la moderación necesaria para ampliar su base electoral con las expectativas de sus adherentes más progresistas, que demandan cambios estructurales profundos. El tiempo y los próximos debates serán decisivos para medir si esta estrategia logra cohesionar al oficialismo y convencer a un electorado fatigado por la polarización.
En definitiva, la campaña de Jeannette Jara ha transitado de la radicalidad a la búsqueda de consenso, reflejando las tensiones y desafíos que atraviesa la política chilena en este ciclo electoral. La apuesta por la unidad y la esperanza no solo es un discurso, sino un intento de recomponer un país fragmentado, aunque no exento de críticas y resistencias internas.
Fuentes: Cooperativa.cl, La Tercera, análisis de expertos en ciencias políticas y seguimiento de campañas electorales.