Un conflicto que se extiende más allá de las fechas y titulares inmediatos. Desde agosto de 2025, Israel intensificó su ofensiva militar en la Franja de Gaza con el objetivo declarado de derrotar a Hamás. Lo que en un principio parecía una operación de duración limitada se ha transformado en un enfrentamiento prolongado, donde las estrategias, las voces y las consecuencias han evolucionado de manera compleja y, en ocasiones, contradictoria.
El 17 de agosto, el ejército israelí anunció la expansión de sus operaciones en Gaza, con un plan aprobado por el Gabinete de Seguridad para capturar los bastiones restantes de Hamás. El límite fijado inicialmente para el 7 de octubre, fecha emblemática del ataque inicial de Hamás a Israel, no se cumplió, y la ofensiva se extendió más allá, con un cambio en la dinámica bélica que ha obligado a replantear expectativas.
El teniente general Eyal Zamir afirmó en aquel momento que la campaña se mantendría hasta lograr una derrota decisiva de Hamás, siempre manteniendo la preocupación por los rehenes en primer plano. Sin embargo, la realidad en el terreno ha desafiado esta narrativa, con un conflicto que se ha enquistado y que ha provocado un desgaste militar y social en ambas partes.
Desde la mirada israelí, la ofensiva es una respuesta legítima y necesaria para garantizar la seguridad nacional y erradicar una amenaza que consideran persistente. El primer ministro Benjamin Netanyahu sostuvo que cualquier acuerdo de paz o cese al fuego debe incluir la liberación inmediata de todos los rehenes, vivos o muertos, un punto no negociable para el gobierno israelí.“Israel aceptará un acuerdo solo si todos los rehenes son liberados de una sola vez y bajo nuestras condiciones para el fin de la guerra”, declaró.
Por otro lado, la sociedad palestina en Gaza enfrenta una crisis humanitaria agravada, con infraestructura dañada, desplazamientos masivos y una población civil atrapada en medio del fuego cruzado. Las voces palestinas denuncian una ofensiva desproporcionada y llaman a la comunidad internacional a intervenir para detener lo que consideran una agresión sistemática.Activistas y organizaciones de derechos humanos han documentado violaciones y alertan sobre el impacto en la población civil.
La comunidad internacional ha mostrado una pluralidad de reacciones. Mientras algunos países apoyan el derecho de Israel a defenderse, otros expresan preocupación por la escalada y las consecuencias humanitarias. Naciones Unidas y organizaciones multilaterales han instado a la búsqueda de soluciones diplomáticas, aunque hasta ahora sin avances concretos.
Además, la guerra ha reconfigurado alianzas regionales y ha tensado las relaciones diplomáticas en Medio Oriente, con actores como Irán, Egipto y Qatar jugando roles complejos en el apoyo o mediación entre las partes.
Después de tres meses de ofensiva intensificada, es evidente que el conflicto entre Israel y Hamás no se resuelve con operaciones militares unilaterales ni con plazos rígidos. El desgaste mutuo, el sufrimiento civil y la polarización política han aumentado, dejando pocas certezas.
La liberación de rehenes sigue siendo un punto central y un símbolo de la tragedia humana que atraviesa la región. Sin embargo, la ausencia de una estrategia clara de paz y la falta de voluntad política para negociar un acuerdo amplio mantienen la región en una situación de inestabilidad prolongada.
Este capítulo demuestra que en conflictos tan enraizados, la comprensión profunda de las causas, las dinámicas y las voces diversas es indispensable para evitar la repetición de tragedias y para abrir espacio a soluciones que trasciendan la violencia.
Fuentes consultadas: Deutsche Welle, La Tercera, informes de Naciones Unidas, organizaciones de derechos humanos y análisis geopolíticos regionales.