
Un país que no olvida ni perdona. A casi cinco años del estallido social que sacudió a Chile en octubre de 2019, el descontento ciudadano no solo persiste, sino que ha mutado en un fenómeno político complejo que redefine las fuerzas y las narrativas nacionales.El 18-O marcó un punto de inflexión que no ha sido superado, y las causas que lo originaron siguen vigentes, según expertos y actores sociales.
El director de Ideas Republicanas, Patricio Dussaillant, 'advierte que la gente sigue cansada del trato de las élites, que profundiza la desigualdad y genera la sensación de que "nosotros hacemos lo que queremos y el resto no puede"'. Aunque reconoce que la violencia del estallido fue rechazada mayoritariamente, alerta que algunos sectores políticos aún validan la violencia como instrumento político, lo que para muchos resulta inaceptable y contraproducente.
Luis Ruz, vicepresidente del centro Democracia y Comunidad, enfatiza que 'la crítica a la violencia es comprensible, pero insuficiente para explicar la profundidad de lo sucedido'. Los problemas estructurales —pensiones, salud, vivienda— permanecen como fuentes de insatisfacción, y el estallido fue una expresión de ese descontento acumulado.
El escenario político refleja esta tensión social. Según el analista Víctor Maldonado, 'la oposición ha canalizado el descontento y ha ganado terreno electoral, pero el resultado no cierra el ciclo político, pues la competencia y las pugnas internas persisten'. Republicanos y Frente Amplio se disputan espacios relevantes, mientras los partidos tradicionales enfrentan crisis de representatividad y liderazgo.
El oficialismo, afectado por escándalos como el caso Monsalve, ha perdido cohesión interna y apoyo ciudadano. La falta de una conducción colectiva efectiva y la percepción de errores políticos han erosionado su base electoral.
En la derecha, la división se ha profundizado. Chile Vamos enfrenta críticas internas por la falta de acuerdos para una primaria presidencial ampliada y una lista parlamentaria unificada. La irrupción de Johannes Kaiser y el Partido Nacional Libertario añade complejidad a un bloque ya fragmentado.
Senadores de Renovación Nacional expresan descontento con el equipo de campaña de Evelyn Matthei, cuestionando la falta de renovación y la predominancia de figuras del llamado "piñerismo". Esta crítica refleja la dificultad de la derecha tradicional para adaptarse a las nuevas demandas políticas y sociales.
El descontento social chileno es un fenómeno persistente, no un episodio aislado. La desigualdad, la percepción de exclusión y la falta de respuestas adecuadas han erosionado la confianza en las instituciones y partidos tradicionales.
La política chilena se encuentra en un momento de alta polarización y fragmentación. La oposición crece pero con tensiones internas, y el oficialismo enfrenta una crisis de liderazgo y legitimidad.
La derecha tradicional lucha por renovarse y articularse en un escenario competitivo que incluye nuevas fuerzas y liderazgos. La falta de acuerdos y la persistencia de viejas estructuras amenazan con debilitar su posición electoral.
Este cuadro invita a una reflexión profunda sobre la gobernabilidad y la necesidad de un diálogo político que reconozca las demandas sociales y construya puentes entre sectores. El malestar no desaparecerá sin respuestas concretas que aborden las causas estructurales y reconstruyan la confianza ciudadana.
La catarsis social que sigue activa en Chile es un llamado urgente a la política para dejar atrás la fragmentación estéril y buscar soluciones que permitan avanzar hacia una convivencia política más estable y representativa.
2025-02-10