A más de dos meses de las primarias presidenciales del oficialismo, el eco del triunfo de Jeannette Jara (PC) resuena no tanto como el final de una contienda, sino como el inicio de una compleja reconfiguración de fuerzas. La victoria del 29 de junio, que la ungió como la candidata única del sector, fue categórica en las urnas pero inauguró un período de incertidumbre estratégica y tensión programática que ha puesto a prueba los cimientos de la alianza de gobierno.
La noche de la elección, mientras los contendores derrotados —Carolina Tohá (PPD), Gonzalo Winter (CS) y Jaime Mulet (FRVS)— reconocían públicamente el resultado, se abría la primera y más profunda grieta. Alberto Undurraga, presidente de la Democracia Cristiana, partido que había apoyado a Tohá sin participar formalmente en la primaria, declaró de forma tajante su rechazo a respaldar una candidatura del Partido Comunista. Calificó los resultados como "malos para la centro izquierda" y dejó en manos de la Junta Nacional de su partido una decisión que, hasta hoy, mantiene en vilo a la coalición.
El gesto de la Democracia Cristiana fue solo el primer síntoma. Al día siguiente, la propia Carolina Tohá, figura central del Socialismo Democrático (SD), si bien comprometió su apoyo, anunció que no participaría activamente en el comando de Jara, optando por "buscar otras formas de aportar". Este distanciamiento medido, aunque cordial, fue interpretado como una señal de las dificultades que enfrentaría la candidata para alinear tras de sí a las distintas almas del progresismo.
La evolución de las semanas posteriores reveló dos posturas en tensión dentro del oficialismo. Por un lado, figuras como Camilo Escalona, secretario general del Partido Socialista, hicieron un llamado enérgico a la "vocación de unidad", argumentando que la victoria de Jara no era un castigo a Tohá, sino un reconocimiento a su rol en la reforma de pensiones. Esta visión buscaba encapsular las diferencias y priorizar el objetivo común de enfrentar a la derecha.
Sin embargo, desde el PPD, el partido de Tohá, la postura fue mucho más crítica y pragmática. Su presidente, el senador Jaime Quintana, fue explícito al afirmar que "el programa de Jara sigue siendo un mal texto, aunque ella haya ganado". Quintana condicionó un apoyo pleno a una "convergencia programática" que incorporara las ideas del Socialismo Democrático, advirtiendo que "sin el SD, Jara no pasa a segunda vuelta". Esta posición transformó el apoyo en una moneda de cambio, exigiendo garantías de moderación, especialmente en el plano económico, y criticando el enfoque "kirchnerista" que, según ellos, contenía el programa inicial de la candidata.
Consciente de que su principal desafío no era celebrar el triunfo sino construir una mayoría, Jeannette Jara ha desplegado una serie de movimientos estratégicos para calmar las aprensiones y ampliar su base de apoyo. Anunció su intención de sumar a su equipo a figuras respetadas de la centroizquierda, como el exministro de Hacienda Nicolás Eyzaguirre, en un claro intento por dar "certezas a los mercados" y al mundo político.
Asimismo, inició reuniones con líderes del Socialismo Democrático, como la exministra Ana Lya Uriarte (PS), y se ha mostrado dispuesta a que el liderazgo programático de su campaña sea asumido por un representante del SD, desplazando a figuras del PC que generaban resistencia. Estos gestos, incluida la insinuación de suspender su militancia comunista, buscan transformar su candidatura desde una victoria del PC a un proyecto del "progresismo en su conjunto".
El escenario actual ya no es el de la noche del 29 de junio. La victoria de Jara ha forzado a todos los actores a recalibrar sus posiciones. La candidata ha debido ceder en autonomía programática para asegurar la unidad, mientras que el Socialismo Democrático, tras una dura derrota, ha logrado reposicionarse como un actor indispensable y con poder de veto sobre el rumbo de la campaña.
La pregunta que queda abierta es si estos gestos y negociaciones serán suficientes para consolidar un apoyo genuino y entusiasta, o si persistirá una unidad frágil, marcada por la desconfianza histórica y las diferencias programáticas. El triunfo de Jeannette Jara no cerró un capítulo; por el contrario, abrió un complejo proceso de negociación cuya resolución definirá no solo sus posibilidades de llegar a La Moneda, sino el futuro de las alianzas en la izquierda chilena.