
En un escenario político donde la polarización parece devorar cualquier espacio para la moderación, Evelyn Matthei, candidata de la derecha tradicional, se ha visto arrastrada por las voces más extremas de su propio comando. El 28 de octubre, el exdiputado Diego Paulsen, jefe de campaña de Matthei, calificó al gobierno de Gabriel Boric como un “Gobierno de atorrantes”, una expresión que no solo encendió la polémica sino que también puso en jaque la estrategia de la candidata para ubicarse en el centro político.
Matthei salió a respaldar públicamente a Paulsen, afirmando que “yo respaldo totalmente a mi jefe de campaña, totalmente”, y agregó que ha prometido “portarse como señorita” en la campaña. Esta declaración, que buscaba matizar el tono, terminó por evidenciar una tensión irresuelta entre su intención de moderación y la realidad de su equipo.
La historia de este desencuentro tiene raíces más profundas. Desde la primaria de la izquierda en junio, cuando Jeannette Jara (PC) se impuso, Matthei y Chile Vamos intentaron posicionarse como la opción de estabilidad y centro, en un tablero dominado por la polarización entre Jara y la derecha más extrema representada por José Antonio Kast y Johannes Kaiser. Sin embargo, la impronta de los aliados más radicales de Matthei ha erosionado esa apuesta.
Paulsen, conocido por sus expresiones vehementes y su falta de alineación clara dentro del comando, ha sido señalado como uno de los principales obstáculos para que Matthei logre un discurso cohesionado y atractivo para el electorado moderado. La irrupción del empresario Juan Sutil y el senador Juan Antonio Coloma, figuras con mayor peso en la derecha tradicional, no ha logrado hasta ahora ordenar el comando ni mejorar las cifras en las encuestas, que ubican a Matthei en cuarto lugar, superada incluso por Kaiser.
Desde distintas perspectivas, el fenómeno suscita análisis encontrados. En el sector conservador tradicional, se observa con preocupación cómo el lenguaje agresivo y las expresiones clasistas —como las ya conocidas declaraciones de Matthei sobre el golpe de Estado y los muertos inevitables— alejan a un electorado que busca estabilidad y respeto institucional. Por otro lado, algunos sectores de derecha más radical ven en el discurso de Paulsen y el respaldo de Matthei un signo de autenticidad y confrontación necesaria contra un gobierno que consideran incapaz.
En la izquierda y el centro político, la situación se interpreta como una confirmación de la dificultad de la derecha tradicional para renovarse y desprenderse de sus aliados más extremistas. La candidata oficialista Jeannette Jara ha capitalizado esta percepción para presentarse como la opción de cambio con capacidad de diálogo, mientras que la derecha más dura busca capitalizar el malestar con el gobierno sin medias tintas.
Según el análisis del politólogo Francisco Durán, “la campaña de Matthei está atrapada entre su deseo de captar al votante moderado y la presión de sus aliados más radicales, lo que la hace perder credibilidad y coherencia ante el electorado”. Esta disonancia cognitiva se refleja en la fragmentación del voto, que podría beneficiar a candidatos más polarizados y complicar la posibilidad de una segunda vuelta con un centro fuerte.
A menos de tres semanas de la primera vuelta presidencial, el respaldo explícito de Matthei a un lenguaje agresivo y clasista ha dejado al descubierto la fragilidad de su proyecto político y la dificultad para construir un espacio de centro que articule y convoque a los sectores moderados y descontentos. La consecuencia más visible es la dispersión del voto y la consolidación de un escenario electoral donde la polarización domina, reduciendo las opciones para un gobierno que pueda dialogar con todos los sectores.
En definitiva, la tragedia política de Matthei no es solo su caída en las encuestas, sino la imposibilidad de reconciliar su discurso de centro con las voces extremas que la acompañan, un desafío que, por ahora, parece condenar su candidatura a la irrelevancia en el nuevo mapa electoral chileno.