
Un año después del último gran ataque con misiles balísticos que golpeó Kiev, la guerra en Ucrania sigue siendo un escenario de tragedia y contradicciones. El 25 de octubre de 2025, un bombardeo ruso dejó al menos dos muertos y diez heridos en la capital ucraniana, mientras el presidente Volodímir Zelenski denunciaba que Moscú había lanzado 770 misiles balísticos solo en 2025. Este dato, lejos de ser un mero registro estadístico, revela la persistente estrategia rusa de desgaste y terror contra la población civil y la infraestructura crítica ucraniana.
El año que siguió a aquel ataque se caracterizó por una guerra de desgaste donde Rusia combinó ataques con drones y misiles balísticos para intentar quebrar la defensa ucraniana. Sin embargo, la resistencia de Kiev y otras ciudades clave se mantuvo férrea, apoyada en parte por los sistemas antimisiles Patriot facilitados por aliados occidentales. Zelenski y su gobierno insistieron en la necesidad de más apoyo militar, pero la realidad de la guerra evidenció una fragmentación en la comunidad internacional.
España se sumó en octubre de 2025 a un programa conjunto de compra de armas a Estados Unidos para Ucrania, en medio de críticas internas y externas sobre los niveles de gasto militar en la OTAN. El presidente Pedro Sánchez defendió el compromiso de su país, enfrentando los reproches del expresidente estadounidense Donald Trump, quien cuestionaba la fiabilidad de algunos aliados. Este episodio ilustra la tensión entre las demandas de apoyo militar a Ucrania y las limitaciones políticas y económicas de los países occidentales.
Por otro lado, Trump, en una reunión tensa con Zelenski en octubre de 2025, instó al presidente ucraniano a aceptar las condiciones de Putin para evitar la "destrucción" de Ucrania, proponiendo la cesión de la región del Donbás a Rusia. Zelenski rechazó esta propuesta, logrando un respaldo condicionado para congelar las líneas del frente, aunque sin recibir los misiles Tomahawk que esperaba para cambiar el curso del conflicto.
En el plano interno, la guerra ha acelerado procesos de purga y concentración del poder. En octubre de 2025, Zelenski retiró la ciudadanía ucraniana a Guennadi Trujánov, alcalde de Odesa, acusado de mantener la nacionalidad rusa. Esta medida, rápida e inesperada, refleja la creciente presión para eliminar cualquier voz considerada cercana a Moscú dentro de Ucrania, incluso en ciudades con fuertes lazos culturales y lingüísticos rusos.
Además, la creación de administraciones militares en ciudades estratégicas como Odesa ha generado críticas por parte de sectores que alertan sobre la erosión del equilibrio de poderes y el fortalecimiento del control presidencial en tiempos de ley marcial.
La guerra en Ucrania a un año del último gran bombardeo es una tragedia en múltiples dimensiones: humana, política y geopolítica. Los ataques masivos con misiles no solo han causado pérdidas directas, sino que han marcado un patrón de violencia constante que desafía la capacidad de defensa y resiliencia ucraniana.
La división entre aliados occidentales, evidenciada en debates sobre gasto militar y estrategias diplomáticas, muestra que el apoyo a Ucrania no es homogéneo ni exento de tensiones internas. La presión para negociar con Rusia choca con la determinación ucraniana de no ceder territorios estratégicos, manteniendo un conflicto que parece lejos de resolverse.
Finalmente, la purga de figuras políticas con vínculos rusos y la militarización de ciudades clave indican que la guerra está transformando la estructura política y social de Ucrania, con consecuencias que podrían perdurar más allá del conflicto armado.
En definitiva, la historia reciente de Ucrania es un relato de resistencia y fractura, donde la realidad sobre el terreno y las decisiones internacionales se entrelazan en una trama compleja que exige comprensión profunda para evitar simplificaciones y falsas esperanzas.