A fines de mayo de 2025, la renuncia de Elon Musk a su cargo como asesor especial en la administración de Donald Trump fue presentada como una diferencia de principios. El magnate, quien lideraba el recién creado Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), argumentó que el nuevo plan fiscal del presidente, un "proyecto de ley de gasto masivo", socavaba su misión de reducir el déficit. La salida, aunque abrupta, parecía contenida dentro de los márgenes de la política. Medios como La Tercera informaron que, tras el anuncio, Musk agradeció a Trump en su red social X por la "oportunidad de reducir el gasto innecesario".
La despedida oficial, días después, añadió una nota casi surrealista. Musk apareció en el Despacho Oval con un notorio ojo morado, bromeando que fue un puñetazo de su hijo pequeño. En un ambiente de aparente cordialidad, reportado por Cooperativa.cl, Trump elogió su labor y Musk aseguró que seguiría siendo "amigo y asesor del presidente". Para el observador casual, el episodio estaba cerrado: un desacuerdo técnico entre dos figuras poderosas, zanjado con una extraña anécdota.
Lo que ocurrió en las semanas siguientes desmanteló por completo esa fachada de civilidad. El conflicto, lejos de apagarse, se trasladó al campo de batalla predilecto de ambos contendientes: las redes sociales. Lo que comenzó como una crítica a un proyecto de ley se transformó en una escalada de ataques personales que reveló la profunda fractura entre los dos hombres.
La perspectiva de Musk: El empresario se posicionó como un guardián de la prudencia fiscal traicionado. En X, calificó el proyecto de ley como una "abominación repugnante" y, sintiéndose atacado, lanzó una serie de golpes bajos. El más grave fue vincular a Trump con los archivos del delincuente sexual Jeffrey Epstein, afirmando que "la verdad saldrá a la luz". Además, se atribuyó un rol clave en la victoria electoral de Trump, acusándolo de "ingratitud".
La perspectiva de Trump: Desde la Casa Blanca y su plataforma Truth Social, la respuesta fue igualmente virulenta. Trump desestimó las críticas de Musk como un berrinche egoísta, sugiriendo que su verdadera molestia era el recorte de subsidios a los vehículos eléctricos que beneficiaban a Tesla. Calificó al magnate de haberse "vuelto loco" y, según fuentes de CNN recogidas por medios chilenos, llegó a preguntar en privado a sus asesores si el comportamiento de Musk se debía al consumo de drogas, en alusión al uso reconocido de ketamina con fines terapéuticos por parte del empresario.
El enfrentamiento alcanzó un punto crítico cuando Trump amenazó con revisar los millonarios contratos gubernamentales de las empresas de Musk, como SpaceX. La respuesta del magnate fue una amenaza teatral: tuiteó que comenzaría a "desmantelar la nave espacial Dragon", el vehículo que transporta a los astronautas de la NASA.
Este quiebre no es solo un espectáculo mediático; sus consecuencias son tangibles y multifactoriales.
A más de dos meses del apretón de manos en el Despacho Oval, la relación entre Donald Trump y Elon Musk está rota. El diálogo ha sido reemplazado por acusaciones y amenazas. El episodio ha evolucionado de una noticia sobre una renuncia a un caso de estudio sobre el poder, el ego y la peligrosa intersección donde la política, la tecnología y las personalidades volátiles colisionan. La pregunta que queda abierta es si este "ojo morado" en el poder es solo una herida superficial o el síntoma de una fractura mucho más profunda en la relación entre quienes gobiernan y quienes construyen el futuro tecnológico.