
Una ofensiva que reaviva heridas profundas
El 9 de agosto de 2025, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu ordenó la ocupación militar de la Franja de Gaza, con el objetivo declarado de desmantelar la estructura de Hamas y liberar a los rehenes retenidos desde hace 22 meses. Esta decisión marcó un punto de inflexión en un conflicto que, aunque crónico, tomó una nueva dimensión tras meses de tensiones y enfrentamientos armados.
En los días siguientes, la operación provocó una crisis humanitaria de proporciones dramáticas, con más de un millón de desplazados forzados y una población al borde de la inanición. La escasez de alimentos, agua y medicamentos se agravó en un enclave ya asediado, mientras la infraestructura civil quedaba casi destruida.
Un Consejo de Seguridad fracturado: voces enfrentadas
La reunión del Consejo de Seguridad de la ONU el 10 de agosto expuso la profunda división internacional. Por un lado, Israel y Estados Unidos defendieron la operación como una necesidad moral y estratégica.
“No detendremos nuestras acciones hasta que todos los rehenes regresen a casa”, afirmó el representante israelí Danny Danon, respaldado por la embajadora estadounidense Dorothy Shea, quien denunció a algunos miembros del Consejo por favorecer a Hamas.
Por otro, el bloque europeo, con Francia y Reino Unido a la cabeza, condenó la ofensiva, alertando sobre violaciones al derecho internacional humanitario y el riesgo de una catástrofe regional.
“Esta operación desencadenará otra calamidad en Gaza, con repercusiones en toda la región”, advirtió Miroslav Jenca, secretario general adjunto de la ONU para Europa, Asia Central y las Américas.
Rusia, representada por Dmitri Polianski, criticó la tardanza en la respuesta internacional y denunció lo que consideró una estrategia israelí para justificar la ofensiva bajo falsos pretextos.
“Israel engañó a este Consejo al llorar por los rehenes mientras ya decidía la operación”, afirmó Polianski.
En contraste, el representante palestino Riad Mansur calificó la ofensiva como un plan ilegal e inmoral para destruir al pueblo palestino mediante masacres y desplazamientos forzados.
Perspectivas internas y regionales: un conflicto sin consenso
Dentro de Israel, la operación ha recibido apoyo mayoritario, impulsada por la presión social para rescatar a los rehenes y eliminar a Hamas. Sin embargo, sectores pacifistas y organizaciones de derechos humanos han denunciado el costo humano y el riesgo de perpetuar el ciclo de violencia.
En Gaza y territorios palestinos, la ofensiva ha reforzado la narrativa de resistencia y victimización, mientras que la comunidad internacional se enfrenta a un dilema: condenar la violencia sin dejar de reconocer la complejidad del conflicto y la necesidad de seguridad israelí.
Verdades confirmadas y consecuencias inevitables
A más de tres meses del inicio de esta ofensiva, los hechos muestran que la operación no solo no ha logrado una solución rápida, sino que ha profundizado la fragmentación social y política en la región. La infraestructura civil sigue devastada, la crisis humanitaria empeora y las posiciones se radicalizan.
La ONU y organizaciones internacionales insisten en la urgencia de un alto al fuego y un proceso político que incluya a todas las partes, aunque la desconfianza mutua y las agendas divergentes dificultan cualquier avance.
Este episodio desnuda las limitaciones del sistema internacional para mediar en conflictos asimétricos y la complejidad de equilibrar seguridad, derechos humanos y justicia histórica.
En definitiva, la ofensiva israelí en Gaza ha puesto en evidencia que en este conflicto no hay vencedores claros, sino una tragedia compartida que exige reflexión profunda y voluntad política para evitar que la historia se repita con un costo humano incalculable.