En un escenario que bien podría ser un coliseo romano, donde cada palabra pesa y cada gesto se observa con lupa, Jeannette Jara protagonizó un episodio que trasciende la simple equivocación. El 8 de agosto de 2025, durante un debate sobre minería, Jara desmintió que en las primarias se hubiera discutido la nacionalización del cobre, un tema que, sin embargo, figuraba explícitamente en su propio programa.
Este desliz no solo expuso un error puntual, sino que reveló las tensiones internas y la falta de coherencia en el discurso oficialista. La candidata, al intentar desacreditar una afirmación de José Antonio Kast, terminó desmintiendo una promesa que su propia plataforma electoral defendía.
“Aquí hay gente que dijo que en la primaria se habló de nacionalizar el cobre y eso jamás se tocó. Yo lamento cuando el debate obliga a desmentir cosas que se tiran al aire, a la pasada”, afirmó Jara en ese momento, solo para reconocer al día siguiente que su declaración fue un error.
Este episodio refleja una fractura mayor: la distancia entre las promesas grandilocuentes y la elaboración práctica de un proyecto político. El programa de Jara, que en teoría debía presentar un eje estructural para la izquierda, se muestra como un conjunto de generalidades y frases inconexas, donde la nacionalización del cobre aparece mencionada de forma superficial y sin un respaldo claro.
Desde una perspectiva crítica, esta contradicción no es casual. Representa la dificultad del oficialismo para definir un rumbo claro tras años en el poder, y la desconexión entre las bases ideológicas y la realidad política. La izquierda chilena, que en 1971 logró una nacionalización del cobre fruto de un proceso largo y consensuado, hoy parece abrazar esa bandera sin entender su complejidad ni consecuencias.
“Chile se pone los pantalones largos”, fue el lema histórico que acompañó aquella gesta. Hoy, sin embargo, el oficialismo se presenta como una izquierda de pantalones cortos, atrapada en símbolos y retóricas vacías, incapaz de convertirlos en un proyecto coherente y realista.
Desde el punto de vista regional, esta confusión también tiene repercusiones. Las zonas mineras, que históricamente han sido epicentros de movilización social, observan con escepticismo la falta de claridad en las propuestas. Para sectores conservadores, el error de Jara reafirma la imagen de un oficialismo desordenado y poco confiable.
En la sociedad civil, las voces se dividen. Algunos defienden que la campaña está sometida a una presión extrema que explica estos tropiezos, mientras otros advierten que estos fallos son síntomas de una crisis más profunda en la izquierda chilena.
A más de tres meses del episodio, el impacto sigue latente. El oficialismo ha debido enfrentar no solo la gestión de la campaña, sino también la necesidad urgente de revisar y aclarar sus propuestas para no perder terreno electoral.
En conclusión, este gaffe no es solo un error de memoria o un lapsus político. Es un síntoma de un debate interno no resuelto, una lucha entre la aspiración simbólica y la realidad política. La izquierda chilena enfrenta el desafío de definir si puede ponerse realmente los pantalones largos, con un proyecto claro y ejecutable, o si seguirá atrapada en la retórica vacía que desilusiona a sus propios seguidores y abre puertas a la crítica de sus adversarios.
La verdad que emerge es que, en política, las palabras importan y las contradicciones tienen consecuencias. La campaña de Jeannette Jara, y con ella la izquierda, debe decidir si aprende de este error o si continuará navegando en la incertidumbre de sus propias tensiones internas.