
En un escenario político marcado por tensiones y esperanzas, Luiz Inácio Lula da Silva confirmó su candidatura para las elecciones presidenciales de Brasil en 2026, asegurando que cuenta con "la misma energía que tenía a los 30 años" para disputar un cuarto mandato. Este anuncio se produce en medio de un contexto complejo que combina logros legislativos, dificultades políticas y una relación diplomática en proceso de recomposición con Estados Unidos.
Lula, que cumplirá 80 años en octubre próximo, se muestra confiado y activo. “Voy a disputar un cuarto mandato”, declaró desde Yakarta durante una gira por Asia, donde busca reforzar alianzas comerciales y políticas. Este optimismo contrasta con las dudas que genera su edad avanzada y los cuestionamientos sobre su capacidad cognitiva, planteados por algunos sectores críticos, especialmente en un país con una polarización política profunda.
En los últimos meses, el presidente ha cosechado importantes victorias parlamentarias, como la aprobación unánime en la Cámara de Diputados de una reforma tributaria que reduce impuestos para la clase media y eleva la carga mínima para los superricos. Este proyecto beneficiará a 15 millones de brasileños y busca combatir la desigualdad fiscal. El ministro de Hacienda, Fernando Haddad, interpretó esta aprobación como un "golazo" del Congreso, confiando en su ratificación en el Senado y en que la reforma entre en vigor en 2026, justo en el año electoral.
A pesar de estos avances, Lula enfrenta un escenario político complicado. Su índice de rechazo y desaprobación ha crecido, superando en ocasiones a su aprobación. Las agendas sociales y económicas que podrían fortalecer su base electoral, como el programa Luz del Pueblo para subsidiar la electricidad a hogares vulnerables, están estancadas en el Parlamento. Además, la oposición de derecha, aunque debilitada por la condena y prisión domiciliaria del expresidente Jair Bolsonaro, sigue activa y fragmentada.
En el plano internacional, la relación con Estados Unidos ha sido uno de los focos de tensión más visibles. En agosto, la administración Trump impuso un arancel del 50% a las exportaciones brasileñas, afectando sectores clave como el agronegocio. Sin embargo, en octubre, Lula y Trump dieron señales de distensión durante la cumbre de la ASEAN en Malasia, acordando iniciar negociaciones para revertir estas medidas proteccionistas. Además, Lula se ha ofrecido como mediador en la crisis venezolana, buscando posicionar a Brasil como actor clave en la región.
No exento de dificultades, Lula sufrió un incidente aéreo en octubre cuando el avión presidencial presentó una falla en el motor, obligando a cambiar de aeronave antes del despegue. “Tuvimos que bajar con miedo de que se incendiara”, relató el mandatario, quien agradeció a la Virgen de Nazaret por evitar un accidente. Este episodio, junto con otros contratiempos técnicos, subraya la presión y el desgaste físico que conlleva la gestión de un líder de su edad.
La candidatura de Lula en 2026 se presenta como un desafío que combina la experiencia y liderazgo con la necesidad de renovar apoyos y superar resistencias. Su capacidad para capitalizar los triunfos legislativos y manejar las complejidades diplomáticas será clave para su éxito electoral. Por otro lado, la oposición fragmentada y debilitada, junto con el desgaste natural del poder, plantean un escenario incierto.
Lo cierto es que Brasil se prepara para un proceso electoral que no solo definirá el rumbo político del país, sino que también tendrá repercusiones en la región y en las relaciones internacionales, especialmente con Estados Unidos y los países vecinos. Lula, con su energía intacta y sus ambiciones claras, se posiciona en el centro de este coliseo democrático, enfrentando tanto a sus adversarios como a sus propios límites.