
En una semana que podría definirse como un punto de inflexión para la candidatura presidencial de Jeannette Jara, el oficialismo chileno enfrenta una crisis que pone en evidencia no solo las dificultades de su comando, sino también las tensiones internas que atraviesan la coalición que la respalda. Desde finales de julio, tras la presentación formal de su comando, la campaña ha estado marcada por una serie de errores y contradicciones que han generado preocupación en los partidos y en los sectores sociales que apoyan a Jara.
El episodio más emblemático ocurrió cuando la candidata negó que su programa incluyera la nacionalización del cobre, una propuesta que sí estaba contemplada en el documento oficial. Este desliz fue reconocido públicamente por Jara, quien admitió un error y anunció una corrección. Sin embargo, esta admisión no logró disipar las dudas sobre la solidez del relato y la estrategia de campaña.
En el centro de la polémica está el economista Luis Eduardo Escobar, quien ha asumido un rol de vocero no formal que ha generado desconcierto. Escobar ha cuestionado públicamente propuestas clave de Jara, como el salario vital de $750 mil pesos, la eliminación de las AFP y la reducción de ministerios, posiciones que la candidata no ha respaldado explícitamente. Esta situación ha expuesto una falta de coordinación y ha obligado a Jara a aclarar y defender sus planteamientos, lo que en la coalición se interpreta como un signo de desorden interno.
Las diferencias no solo son tácticas, sino también ideológicas. Mientras el Socialismo Democrático apuesta por una candidatura más transversal y pragmática, el Partido Comunista expresa preocupación por el alejamiento de Jara de sus propuestas originales. Lautaro Carmona, presidente del PC, señaló que Escobar "no debió haberse metido" en debates que afectan la coherencia del programa, evidenciando la tensión entre mantener la identidad política y buscar amplitud electoral.
En los almuerzos y reuniones de senadores y diputados socialistas, la preocupación es palpable. Se critica la improvisación y se demanda que Jara tome el control absoluto del diseño y la narrativa de su campaña, relegando a los voceros a roles de apoyo. Esta petición busca evitar nuevos traspiés y clarificar el mensaje hacia el electorado, que hasta ahora ha recibido señales confusas.
Por otro lado, algunos sectores valoran la decisión de Jara de evitar debates con otros candidatos de oposición, argumentando que esta estrategia le permite concentrarse en el trabajo territorial y en fortalecer vínculos con organizaciones sociales, evitando quedar expuesta a preguntas para las que no está preparada debido a la falta de un programa consolidado.
"A veces es más interesante escuchar a la ciudadanía, a las organizaciones sociales, que escucharse entre los mismos candidatos", afirmó el diputado Diego Ibáñez (Frente Amplio), reflejando un enfoque que privilegia la conexión directa con la base sobre el enfrentamiento mediático.
Este cuadro de situación revela que, a menos de un mes de la elección presidencial, el oficialismo chileno enfrenta un desafío crucial: consolidar una candidatura que no solo represente una propuesta política clara y coherente, sino que también logre superar las divisiones internas y proyectar una imagen de unidad y solidez.
Las consecuencias de esta crisis trascienden la campaña de Jara. Ponen en evidencia las dificultades del oficialismo para construir un relato común en un contexto político polarizado y fragmentado, donde la capacidad de articular propuestas claras y coherentes es clave para conectar con un electorado que exige respuestas concretas y liderazgo firme.
En definitiva, la semana negra de Jeannette Jara no solo ha encendido las alertas dentro del oficialismo, sino que también ofrece una lección sobre la importancia de la coordinación, la disciplina política y la claridad programática en la carrera presidencial chilena.