
En un mundo donde la inteligencia artificial (IA) avanza a pasos agigantados, el Papa León XIV ha emergido como una voz inesperada y profunda, invitando a repensar esta «nueva revolución industrial» desde la doctrina social de la Iglesia. El 17 de junio de 2025, en la Segunda Conferencia anual sobre Inteligencia Artificial, ética y gobernanza empresarial, el pontífice afirmó que la IA no es un ente autónomo, sino una herramienta que debe evaluarse desde el desarrollo integral de la persona humana y la sociedad.
Este llamado ha abierto un escenario de confrontación y reflexión que va más allá de la técnica: plantea un conflicto entre la visión tecnocrática dominante, que promueve la automatización y el extractivismo digital, y una ética que reclama dignidad, justicia y participación social.
Inspirado en la encíclica Rerum Novarum de León XIII, que abordó la cuestión social en la era industrial, León XIV propone que la revolución digital y algorítmica actual debe ser comprendida como una reorganización profunda de las relaciones de poder y valores. La IA, sostiene, no es neutral: refleja y amplifica desigualdades estructurales, desde la vigilancia masiva hasta el colonialismo computacional que afecta a países y comunidades marginadas.
Desde la derecha política, algunos sectores ven en el Papa una interferencia en el desarrollo tecnológico y económico, argumentando que la innovación debe avanzar sin trabas éticas que podrían ralentizar el progreso. En cambio, la izquierda y movimientos sociales celebran su postura como un contrapeso necesario a un modelo que prioriza el lucro y la acumulación de datos personales.
En regiones del norte y sur de Chile, afectadas por la minería de datos y la extracción de recursos para tecnologías digitales, líderes comunitarios han acogido el mensaje papal como un llamado a defender la soberanía y dignidad local ante intereses globales.
Académicos y expertos en ética aplicada coinciden en que la propuesta de León XIV invita a una democratización del diseño tecnológico, apoyada en el principio de subsidiariedad, que fortalece la autonomía de las comunidades y organizaciones intermedias. "No se trata solo de proteger a las personas de los abusos tecnológicos, sino de convertirlas en agentes activos en la definición de qué tecnologías deben existir y con qué fines", señala Gabriela Arriagada Bruneau, académica de la UC.
Sin embargo, esta visión choca con la realidad de un mercado global dominado por grandes corporaciones y estados que priorizan el control y la eficiencia sobre la equidad y el bien común.
La intervención de León XIV pone sobre la mesa verdades incómodas: la IA no es un fenómeno aislado, sino un reflejo de estructuras sociales y económicas que requieren ser cuestionadas y transformadas. La ética no puede ser un accesorio, sino el centro del debate sobre tecnologías que impactan la vida humana en lo más profundo.
Las consecuencias visibles ya se manifiestan en Chile y el mundo: desigualdad creciente, pérdida de autonomía, y tensiones sociales que exigen un diálogo plural y riguroso. La pregunta que queda es si la sociedad está dispuesta a asumir este desafío ético antes de que la tecnología defina por sí sola el rumbo del futuro.