
Con más de 2,5 millones de votos a nivel nacional en la primera vuelta presidencial de 2025, Franco Parisi ha consolidado una figura política que desafía las categorías tradicionales del espectro chileno. Su 19,7% de apoyo, con triunfos claros en regiones como Arica, Tarapacá, Antofagasta y Atacama, no es un fenómeno aislado ni casual, sino el resultado de una década de insistencia y construcción de un estilo propio de tecnopopulismo neoliberal.
Desde su irrupción en 2013 con un inesperado 10,1%, pasando por el 12,8% en 2021, hasta su actual desempeño, Parisi ha sabido articular un discurso que combina la crítica moral a la clase política tradicional con la exaltación de su experticia técnica como economista. Su trayectoria profesional, que incluye un doctorado en economía y una carrera académica en Estados Unidos, le ha permitido presentarse como un “experto” capaz de ofrecer soluciones basadas en gestión eficiente y racionalidad económica, en contraste con la supuesta ineficacia y corrupción de los partidos establecidos.
Este tecnopopulismo se sustenta en la oposición entre un “pueblo honesto y sacrificado” y una clase política apitutada y desconectada, un relato que ha calado especialmente en sectores regionales y populares que históricamente han sentido abandono por parte de las élites. Así, su campaña digital y su estrategia de comunicación directa, a menudo con un lenguaje cercano y gestos populares como el uso de símbolos regionales o la estética “tunera”, han ampliado su base electoral más allá de los votantes tradicionales.
Sin embargo, la figura de Parisi no está exenta de controversias. Su historial judicial, marcado por un prolongado conflicto por el no pago de pensión alimenticia y acusaciones de acoso sexual en Estados Unidos, ha tensionado su imagen pública. No obstante, estas polémicas no han erosionado sustancialmente su apoyo, lo que revela una dinámica particular en la política chilena donde ciertos sectores priorizan la identificación con un outsider que promete soluciones pragmáticas por sobre la ética personal.
Desde una perspectiva política, el ascenso de Parisi evidencia la fragmentación del sistema de partidos y la crisis de representación que atraviesa Chile. Su Partido de la Gente (PDG), que funciona principalmente como una plataforma digital, ha logrado movilizar un millón y medio de votos más que en 2021, incorporando liderazgos diversos y figuras mediáticas. Pero esta diversidad también refleja la fragilidad institucional del PDG, que aún debe demostrar si puede trascender su carácter personalista y consolidarse como un actor político estable.
En el escenario de la segunda vuelta presidencial, el electorado de Parisi se convierte en el gran botín en disputa entre Jeannette Jara y José Antonio Kast. Los análisis sugieren que, aunque muchos de sus votantes coinciden con las propuestas de seguridad y control migratorio de la derecha, también existe un fuerte componente de descontento regional y popular que no se siente representado por los partidos tradicionales.
Desde la mirada social, el fenómeno Parisi refleja un malestar profundo: la sensación de abandono y desconexión con la elite política y económica, especialmente en regiones históricamente postergadas. Su discurso tecnocrático, que promete simplificar trámites, reducir el tamaño del Estado y entregar ayudas directas, conecta con un electorado que busca soluciones concretas y tangibles a su realidad cotidiana, más que debates ideológicos o transformaciones estructurales.
No obstante, esta oferta política también ha sido criticada por su falta de coherencia ideológica y por no cuestionar las bases del modelo económico chileno, limitándose a proponer una gestión más eficiente dentro del mismo esquema neoliberal.
En definitiva, el caso de Franco Parisi pone en escena una tensión clave para la política chilena: la dificultad de los partidos tradicionales para captar y representar a un electorado que demanda cambios, pero que también desconfía de las viejas estructuras y busca respuestas inmediatas y técnicas.
Esta historia no concluye con la primera vuelta; más bien, abre un desafío para la democracia chilena: ¿será capaz de incorporar estas demandas y fragmentaciones sin caer en el personalismo o la simplificación? ¿O seguirá alimentando figuras que, como Parisi, prometen soluciones técnicas mientras capitalizan la desafección y el desencanto?
Como advierten los académicos Cristóbal Sandoval y Camilo Garber, “el tecnopopulismo neoliberal de Parisi no promete transformar el modelo económico, sino hacerlo funcionar de manera eficiente, defendiendo el libre mercado de los intereses partidarios y amiguismos que, según él, han bloqueado el desarrollo”.
Este fenómeno, con sus luces y sombras, es una invitación a la reflexión profunda sobre la representación política, el papel de la experticia y la relación entre ciudadanía y poder en el Chile contemporáneo.