
En un escenario político que se ha ido transformando velozmente en los últimos años, Marco Enríquez-Ominami (MEO) anunció en agosto de 2025 que logró reunir 36.200 firmas para inscribir su candidatura presidencial por quinta vez, superando el mínimo legal exigido por el Servel. Este hecho marca un retorno que, lejos de ser una simple formalidad, ha generado un intenso debate sobre el rol que el exdiputado y líder del Partido Progresista (PRO) juega en la actual contienda electoral.
Desde su primera postulación en 2009, MEO ha sido una figura constante en la escena presidencial, alcanzando en dos ocasiones el tercer lugar en primera vuelta y consolidándose como una alternativa para sectores críticos del sistema político tradicional. Sin embargo, su trayectoria también refleja un desgaste progresivo: sus porcentajes de votación han descendido de un 20,14% en 2009 a un 5,71% en 2017, y la incertidumbre de su impacto en 2025 es un tema que divide opiniones.
Desde la izquierda, algunos sectores valoran la persistencia de MEO como una señal de resistencia frente a las dos fuerzas políticas dominantes, evidenciando la necesidad de alternativas más allá del duopolio tradicional. "Su candidatura aporta una crítica necesaria al statu quo y representa a quienes no se sienten representados por los grandes bloques", comenta una dirigente del PRO.
En contraste, desde el centro y la derecha, la figura de MEO es vista con escepticismo e incluso como un factor que podría fragmentar aún más el voto opositor, favoreciendo a candidaturas con mayor proyección. Un analista político señala que "su irrupción puede dispersar el voto progresista y beneficiar a opciones que buscan consolidar el orden establecido".
Más allá del debate político, la candidatura de MEO ha tenido un efecto particular en regiones donde históricamente ha tenido apoyo, como la Metropolitana y algunas zonas del sur. Sin embargo, el desgaste de su figura y la emergencia de nuevos actores políticos han modificado el mapa electoral regional.
En el mundo social, sus seguidores valoran la capacidad de MEO para mantener una narrativa crítica y de denuncia, aunque reconocen que la campaña enfrenta el desafío de conectar con un electorado que ha cambiado sus prioridades y demandas.
Tras analizar el contexto y las múltiples perspectivas, se puede concluir que la candidatura de Marco Enríquez-Ominami representa más que un retorno personal: es un reflejo de la compleja fragmentación política chilena y de la persistencia de voces críticas que buscan espacio en un sistema en transformación.
Sin embargo, la continuidad de su proyecto político enfrenta el desafío de renovar su base y evitar caer en la repetición de patrones que han llevado a un declive electoral sostenido. La dispersión del voto progresista y la polarización del escenario podrían ser consecuencias directas de su postulación, afectando la dinámica electoral en un momento crucial para el país.
En definitiva, la figura de MEO sigue siendo un actor relevante, pero su futuro y el impacto real de su candidatura solo podrán evaluarse con la perspectiva del tiempo y el desenlace de la contienda presidencial.