Han pasado más de dos meses desde que una serie de ataques militares y decisiones políticas de alto riesgo llevaron a Medio Oriente al umbral de una guerra total. Hoy, una tensa calma prevalece, pero el tablero geopolítico ha sido alterado de forma irreversible. Lo que comenzó como una audaz operación israelí contra el programa nuclear de Irán, escaló rápidamente por la intervención personalista del presidente estadounidense Donald Trump, culminando en un intercambio de fuego directo entre Washington y Teherán. Las consecuencias de esos días de junio no solo redefinieron las reglas del enfrentamiento en la región, sino que también destaparon controvertidos planes para el futuro de Gaza que siguen en debate, amenazando con una nueva crisis humanitaria.
La crisis se detonó a mediados de junio con la “Operación León Ascendente”, un ataque quirúrgico atribuido al Mosad israelí que golpeó la infraestructura nuclear de Irán. La operación fue celebrada en Israel como una proeza de inteligencia, pero fue recibida con aprensión en Washington, donde Trump, según trascendidos, había pedido a su aliado Benjamin Netanyahu que se abstuviera, confiando en una negociación.
Sin embargo, la postura de Trump viró dramáticamente. Abandonó la cumbre del G7 en Canadá y, desde sus redes sociales, lanzó una advertencia directa: “¡Todo el mundo debería evacuar inmediatamente Teherán!”. Su retórica ambigua sobre una posible intervención estadounidense —“Nadie sabe qué voy a hacer”— no solo mantuvo en vilo a la comunidad internacional, sino que también expuso una profunda fractura en su propio partido. Figuras mediáticas de la ultraderecha, como Tucker Carlson, se opusieron frontalmente a una nueva guerra, chocando públicamente con el ala más intervencionista del republicanismo y con el propio presidente.
El punto de no retorno llegó el 21 de junio. Trump, en un discurso desde la Casa Blanca, anunció la operación “Midnight Hammer”: un bombardeo con aviones B-2 que, según sus palabras, había “total y completamente destruido” las capacidades nucleares iraníes. Declaró un “éxito militar espectacular” y amenazó con más ataques si no se alcanzaba la paz. La respuesta de Irán fue inmediata y sin precedentes. Por primera vez, atacó directamente bases estadounidenses en la región, lanzando misiles balísticos contra instalaciones en Qatar e Irak. Aunque las defensas aéreas, como las de Qatar, interceptaron los proyectiles, el mensaje fue claro: la era de la guerra exclusivamente a través de proxies había terminado.
La crisis dejó en evidencia un complejo cruce de agendas:
- La visión de Trump y Netanyahu: Para ambos líderes, la acción militar directa era la única forma de neutralizar la amenaza iraní y restaurar la disuasión. La alianza se mostró sólida en lo militar, pero las secuelas revelaron planes aún más ambiciosos. En una reunión en la Casa Blanca en julio, ambos discutieron abiertamente el futuro de Gaza. Netanyahu elogió la “visión brillante” de Trump de reubicar a la población palestina, hablando de una “libre elección” para irse. Esta postura fue respaldada por propuestas concretas del ministro de Defensa israelí, Israel Katz, de crear un campamento en Rafah para 600.000 gazatíes, un plan que abogados de derechos humanos calificaron como un potencial crimen de lesa humanidad.
- La respuesta de Irán: Al responder con fuego directo, Teherán demostró una nueva capacidad y voluntad de escalar, arriesgando una confrontación total para defender su soberanía y su rol como potencia regional. Su objetivo fue demostrar que los ataques en su territorio no quedarían sin respuesta, alterando el cálculo de costo-beneficio para sus adversarios.
- La encrucijada del mundo árabe: Países como Qatar se vieron en una posición extremadamente delicada, condenando el ataque iraní en su territorio mientras albergaban a las fuerzas estadounidenses que lo habían provocado. La propuesta de desplazamiento de palestinos de Gaza generó un rechazo transversal en el mundo árabe, que la ve como una repetición de la Nakba de 1948.
- La voz palestina: En medio de las maniobras de las grandes potencias, Hamas reiteró desde Gaza que la liberación de rehenes israelíes solo se lograría a través de un “acuerdo serio” y no por la fuerza. Sus declaraciones subrayan la desconexión entre la retórica de “victoria total” de Netanyahu y la realidad de un conflicto estancado y una catástrofe humanitaria que se agrava.
Esta escalada no surgió en el vacío. Es el capítulo más reciente de una larga “guerra en la sombra” entre Israel e Irán, exacerbada por la retirada de Estados Unidos del acuerdo nuclear (JCPOA) en 2018 bajo la primera administración Trump. La estrategia de “máxima presión” de Trump, basada en la coerción económica y militar, sentó las bases para esta confrontación. Su estilo de diplomacia, impredecible y transaccional, transformó una crisis regional en un punto de inflexión global, donde las decisiones parecían responder tanto a cálculos estratégicos como a impulsos personales.
Asimismo, los planes para Gaza resucitan los debates más profundos y dolorosos del conflicto palestino-israelí, centrados en el derecho al retorno y la soberanía territorial. La idea de una “emigración voluntaria” es vista por muchos como un eufemismo para una limpieza étnica, un temor arraigado en la memoria histórica palestina.
Actualmente, el conflicto ha regresado a una fase de contención, pero las tensiones subyacentes son más altas que nunca. La intervención de Trump, lejos de resolver el problema nuclear iraní, lo ha llevado a un nuevo umbral de peligrosidad, legitimando la represalia directa. El futuro de Gaza se ha convertido en una pieza central de la estrategia israelí post-conflicto, con planes que desafían abiertamente el derecho internacional y la viabilidad de una solución de dos Estados.
La crisis de junio no está cerrada; simplemente ha mutado. Dejó un Medio Oriente más volátil, con actores dispuestos a asumir mayores riesgos y con soluciones diplomáticas que parecen más lejanas que nunca. La paz, como advirtió Trump, pende de un hilo, pero la “gran tragedia” que él mismo vaticinó podría no limitarse a Irán, sino extenderse a toda una región atrapada en un ciclo perpetuo de violencia y aspiraciones insatisfechas.