
Arabia Saudita, un reino acostumbrado a marcar la pauta en el mercado energético mundial, hoy se encuentra en un punto de inflexión crítico. Desde finales de 2024 y durante 2025, el país ha anunciado y comenzado a ejecutar proyectos faraónicos, como la construcción de una central de inteligencia artificial valorada en hasta US$ 100.000 millones, y la organización del Mundial de Fútbol 2034, el primero en la historia del torneo que se realizará en un único país con 48 selecciones.
El proyecto de inteligencia artificial, conocido como Proyecto Trascendencia, busca posicionar a Arabia Saudita como un competidor global en un sector dominado por potencias como Estados Unidos y China. Respaldado por el Fondo de Inversión Pública (PIF), el plan contempla la creación de centros de datos, desarrollo de startups y la atracción de talento internacional, con inversiones que podrían superar los US$ 100.000 millones. "El mundo tiene un apetito voraz por capacidad", afirmó Tareq Amin, CEO de Humain, empresa estatal saudí que lidera esta iniciativa.
Sin embargo, esta ambición choca con la realidad económica del reino. Los precios del petróleo Brent han caído a alrededor de US$ 72 el barril, muy por debajo de los US$ 96 que Arabia Saudita necesita para equilibrar su presupuesto. Esto ha generado déficits presupuestarios proyectados en los próximos años y ha obligado a una recalibración de gastos, afectando incluso a megaproyectos emblemáticos como Neom, la ciudad futurista en el desierto cuyo costo ha escalado de forma preocupante y que enfrenta retrasos y recortes.
La confirmación oficial de que Arabia Saudita será la sede del Mundial 2034 desató un torbellino de críticas y cuestionamientos. Organizaciones internacionales de derechos humanos, como Amnistía Internacional y Human Rights Watch, han denunciado la designación debido al historial del país en materia de derechos laborales, represión de activistas y discriminación sistemática contra mujeres y minorías.
Steve Cockburn, director de Derechos Laborales y Deporte de Amnistía Internacional, calificó la decisión de "un impresionante blanqueo" del historial saudí, advirtiendo que la FIFA podría ser responsable de las violaciones que ocurran durante la próxima década. Por su parte, la FIFA y su presidente Gianni Infantino han defendido la elección como un acto de unidad global en tiempos de división.
El reino vive una disonancia palpable: mientras despliega una narrativa de modernización y liderazgo tecnológico, enfrenta tensiones internas por la presión fiscal y la necesidad de austeridad. El Fondo de Inversión Pública, motor de la transformación económica, ha sido instruido para demostrar retornos más claros y ajustar su gasto, reduciendo el uso de consultorías y escalonando proyectos.
Algunos analistas internacionales y actores locales reconocen que la recalibración es necesaria y hasta saludable, pero advierten que esta transición será larga y compleja. Karen Young, investigadora del Middle East Institute, señala que "la transici f3n a una econom eda m e1s diversificada ser e1 larga y costosa y depender e1 enormemente de los ingresos del petr f3leo".
En paralelo, la influencia saudí en los mercados petroleros se ha visto erosionada por el auge de la producción estadounidense y la presión interna dentro de la Opep+, lo que limita su capacidad para controlar precios y financiar su ambicioso plan.
Arabia Saudita se enfrenta a un dilema monumental: continuar apostando a la diversificación económica y tecnológica a través de inversiones masivas y eventos globales, o ajustar sus expectativas y proyectos a una realidad financiera más austera. El éxito de esta estrategia determinará no solo su futuro económico, sino también su imagen internacional y su papel en la geopolítica global.
La designación del Mundial 2034 en un país con serias críticas en derechos humanos expone a la FIFA a un escrutinio sin precedentes y a un debate ético que difícilmente podrá soslayar.
Mientras tanto, la apuesta por la inteligencia artificial representa una carrera contra reloj para no quedar rezagados en una revolución tecnológica que podría redefinir economías y sociedades enteras.
En definitiva, el reino saudí se encuentra en la arena, enfrentando un combate donde la victoria no solo depende de recursos económicos, sino también de la capacidad para gestionar tensiones internas, críticas externas y un mundo en rápida transformación. El desenlace de esta historia aún está por escribirse, pero sus capítulos recientes ya revelan la complejidad de una nación que busca reinventarse sin perder su esencia ni su influencia.
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Fuentes: La Tercera, Diario Financiero, Amnistía Internacional, Human Rights Watch, AFP, Bloomberg, Financial Times.