
Un ciclo que termina y otro que comienza. A poco más de un mes para las elecciones presidenciales y legislativas de 2025, la derecha chilena enfrenta una crisis profunda que trasciende la coyuntura electoral y apunta a un cambio estructural en su configuración política. Lo que parecía una decadencia pasajera se ha transformado en un ocaso que pone en cuestión no solo sus liderazgos, sino también su capacidad para articular una narrativa y una estrategia coherente que conecte con la ciudadanía.
Las encuestas recientes y los resultados en elecciones intermedias, como la exclusión de la derecha en la segunda vuelta de la FEUC en octubre, evidencian un desgaste electoral severo. La derecha tradicional, representada por partidos como Renovación Nacional y la UDI, ha visto cómo sus bases se fragmentan y cómo pierden terreno frente a nuevas expresiones políticas, incluyendo fuerzas de ultraderecha y movimientos de centro derecha más tecnocráticos.
Este fenómeno no es solo cuantitativo. La derrota anticipada de figuras emblemáticas como José Antonio Kast y la dificultad de Evelyn Matthei para consolidar un bloque sólido reflejan una crisis de liderazgo y de proyecto político.
El intento de construir un pacto parlamentario entre Chile Vamos y Republicanos ha sido una muestra de urgencia, pero también de las tensiones internas que atraviesan las derechas. Luis Larraín, presidente del Consejo Asesor Libertad y Desarrollo, describió esta semana como “de pruebas” para la derecha, marcada por disputas y amenazas de judicialización que reflejan la fragilidad del sector.
Mientras algunos buscan acuerdos pragmáticos para evitar la dispersión del voto, otros prefieren la confrontación, lo que ha generado una paradoja: la derecha parece estar más unida en el discurso antipetrista que en una visión compartida de país.
En el plano intelectual y cultural, la derecha ha ganado terreno, desplazando a las izquierdas en la esfera pública y universitaria. Think tanks privados como el Instituto de Estudios de la Sociedad y la Fundación para el Progreso han logrado instalar una narrativa que cuestiona las movilizaciones sociales y las políticas progresistas.
Sin embargo, esta hegemonía no se traduce en poder político efectivo. La derecha chilena vive una paradoja: domina el debate cultural pero se fragmenta en las urnas.
La crisis no es homogénea. Desde regiones y sectores sociales, la derecha enfrenta desafíos distintos. En zonas donde el voto evangélico y conservador crece, la derecha radical encuentra terreno fértil. En Santiago y otras grandes ciudades, la derecha liberal y tecnócrata lucha por mantenerse relevante.
Analistas políticos coinciden en que la derecha debe repensar su estrategia para no quedar relegada a un papel marginal en la política chilena, especialmente ante el avance sostenido de la izquierda y el centroizquierda.
El ocaso de la derecha tradicional chilena no es solo un fenómeno electoral, sino un síntoma de una transformación profunda en el mapa político nacional. La fragmentación, la falta de liderazgo claro y el auge de discursos más radicales configuran un escenario donde la derecha debe reinventarse o enfrentar un período prolongado en la oposición.
Este desgaste también abre interrogantes sobre la estabilidad política futura y la capacidad del sistema democrático chileno para integrar nuevas fuerzas y narrativas. La derecha chilena, otrora pilar del modelo económico y cultural, se encuentra hoy en el centro de un coliseo donde sus gladiadores luchan por sobrevivir, mientras el público observa expectante el desenlace de esta tragedia política.
2025-11-04
2025-11-07