
A comienzos de agosto de 2025, la Dirección Meteorológica de Chile (DMC) emitió un aviso por probables tormentas eléctricas que afectarían a diez regiones del país, desde Coquimbo hasta Los Lagos, incluyendo la Región Metropolitana. Este fenómeno, producto de una inestabilidad post frontal, estuvo acompañado de precipitaciones intensas en cortos períodos, generando inquietud tanto en autoridades como en la ciudadanía.
Desde la perspectiva gubernamental, la alerta fue recibida como un llamado a activar protocolos de emergencia y coordinación entre servicios públicos. La Oficina Nacional de Emergencias (ONEMI) reforzó sus canales de comunicación y llamó a la población a mantenerse informada y evitar actividades de riesgo. Sin embargo, expertos en gestión de riesgos y comunidades afectadas criticaron la falta de inversión estructural en prevención y sistemas de alerta temprana, subrayando que estas tormentas no son eventos aislados, sino parte de una tendencia creciente vinculada al cambio climático.
Las regiones más afectadas exhiben realidades distintas. En zonas como Ñuble y Biobío, donde la infraestructura rural es frágil, las tormentas causaron interrupciones en el suministro eléctrico y daños en caminos secundarios, afectando la conectividad. En contraste, sectores urbanos de la Región Metropolitana experimentaron interrupciones puntuales, aunque con mayor capacidad de respuesta inmediata.
Representantes de comunidades rurales señalaron que la alerta no se traduce en soluciones concretas para quienes enfrentan recurrentemente estos episodios. Por su parte, autoridades regionales reconocieron la necesidad de fortalecer la coordinación intersectorial y la inversión en infraestructura resiliente.
En el plano político, la gestión de la emergencia abrió un debate sobre la prioridad que el Estado otorga a la adaptación climática. Sectores de oposición acusaron al gobierno de subestimar la magnitud del fenómeno y de no implementar políticas integrales para mitigar sus consecuencias. Desde el oficialismo, se defendió la actuación rápida y la comunicación preventiva, aunque se admitió que el desafío es de largo plazo.
Paralelamente, organizaciones sociales y ambientales aprovecharon el momento para visibilizar la necesidad de políticas públicas que integren justicia ambiental, dado que las comunidades más vulnerables son también las más expuestas a estos riesgos.
El aviso de tormentas eléctricas de agosto de 2025 dejó en evidencia que Chile enfrenta un escenario climático cada vez más complejo, donde la gestión del riesgo debe ir más allá de alertas puntuales. La diversidad geográfica y social del país exige respuestas adaptadas, con inversión sostenida en infraestructura, educación y participación ciudadana.
Este episodio confirma que la prevención y la resiliencia no pueden ser tareas exclusivas del Estado, sino que requieren un compromiso conjunto con la sociedad civil y el sector privado. La tensión entre urgencia y planificación estratégica seguirá marcando el debate público en los meses y años venideros.
Las tormentas eléctricas, más que un fenómeno meteorológico, son un espejo de las fragilidades y potencialidades del Chile que enfrenta el cambio climático.
2025-11-01