
El gigante asiático navega entre dos fuerzas opuestas que definen su presente y futuro. Por un lado, la economía china muestra señales de ralentización profunda en octubre de 2025, con una caída del 1,7% en la inversión en activos fijos y un desplome mensual del 11,4%, el mayor desde la pandemia. Por otro, China inaugura y pone en marcha la red eléctrica de ultra alta tensión (UHV) más ambiciosa del planeta, diseñada para transportar energía limpia desde regiones remotas hacia los centros industriales del sur. Este choque entre dificultades económicas y avances tecnológicos revela un país en plena transformación, pero con desafíos estructurales que no desaparecen.
La contracción en la inversión, especialmente en el sector inmobiliario con una caída anual del 14,7%, marca un punto de inflexión tras años de crecimiento sostenido. La producción industrial creció un 4,9% en octubre, por debajo de lo esperado, mientras las exportaciones registraron su primera contracción en casi dos años. Expertos como Zhiwei Zhang y Yuhan Zhang coinciden en que la inversión estatal en infraestructura y manufactura avanzada seguirá siendo el motor principal, pero la demanda interna y extranjera muestra signos de debilidad.
"La economía sigue encaminada a cumplir su meta de crecimiento del 5%, pero sin estímulos adicionales este año", advierte Zhang. La incertidumbre sobre la salud del mercado inmobiliario y la demanda global presionan a Pekín a impulsar políticas fiscales que podrían materializarse en 2026.
En medio de este escenario económico tambaleante, la inauguración de la línea UHV Ningxia-Hunan representa un hito tecnológico y ambiental. Con 1.616 kilómetros y capacidad para transportar 8.000 megavatios, esta infraestructura conecta fuentes renovables en el norte con centros industriales del sur, reduciendo pérdidas energéticas a menos del 3% por cada 1.000 kilómetros.
Este sistema no solo mejora la eficiencia, sino que es clave para que China logre sus ambiciosas metas climáticas, que incluyen aumentar la capacidad instalada de energías limpias a 3.600 GW para 2035 y elevar su cuota de generación renovable al 30%. Sin embargo, la transición no está exenta de tensiones. La señora Hu, habitante de Hengyang, celebra la estabilidad eléctrica, pero expresa preocupaciones sobre la exposición a campos electromagnéticos cerca de las torres de transmisión.
Desde el gobierno, la apuesta por la UHV y las energías limpias es firme y se presenta como un modelo global de gestión energética. Investigadores como David Fishman destacan que, aunque la expansión es prioritaria, la red aún no puede absorber toda la producción renovable, evidenciado en un aumento del desperdicio de energía solar y eólica en 2025.
Por otro lado, la ralentización económica plantea desafíos para mantener el ritmo de inversión necesario. La dependencia del carbón persiste, y China sigue siendo el mayor emisor mundial de CO₂, responsable del 30% de los gases de efecto invernadero globales. La reducción reciente de emisiones, ligada al aumento de renovables, es un dato alentador, pero la meta de un pico de emisiones a fines de la década requiere un equilibrio delicado entre crecimiento y sustentabilidad.
"Las líneas UHV son ahora más importantes que nunca para limitar el crecimiento de emisiones", señala Fishman.
China se encuentra en un momento crucial, donde la desaceleración económica y la revolución energética convergen. La capacidad de Pekín para gestionar esta dualidad, estimulando la economía sin sacrificar sus compromisos climáticos, determinará no solo su futuro sino el de la economía global, dada su condición de principal comprador de cobre y motor industrial.
Este contraste entre fragilidad económica y audacia tecnológica invita a una reflexión profunda sobre los límites del crecimiento y la urgencia de la transformación energética en un mundo cada vez más interdependiente.