
El repliegue parcial de tropas estadounidenses en Rumania ha generado un choque de percepciones en el tablero geopolítico europeo. Washington anunció a fines de octubre que reducirá su contingente en ese país de aproximadamente 1.700 a 900 soldados, en medio de una guerra híbrida rusa que no cede y un aumento de amenazas en la región. La medida, oficializada por el gobierno rumano y confirmada por la OTAN, se presenta como un "ajuste" que no implica un menor compromiso con la alianza, pero ha encendido alarmas en varios aliados del Este, que perciben un posible inicio de un desenganche estadounidense de Europa.
Desde la perspectiva estadounidense, esta reorientación responde a un cambio estratégico: “Queremos centrar nuestra atención en la región Indo-Pacífico y creemos que Europa debe asumir un rol más activo en su propia defensa”, declararon fuentes militares vinculadas al Pentágono. Sin embargo, esta decisión, que coincide con la administración de Donald Trump, ha sido interpretada por algunos como una señal de debilidad o retirada en un momento crítico.
En el otro extremo, los países del flanco oriental de la OTAN, como Polonia y los Estados Bálticos, han manifestado inquietud. Un diplomático europeo, bajo condición de anonimato, advirtió: “Si esto es solo el comienzo, Europa no está preparada para un desenganche mayor de Estados Unidos”. La preocupación radica en la capacidad europea para cubrir el vacío en armamento avanzado, logística y sistemas de vigilancia que hasta ahora solo EE.UU. ha podido proveer con eficacia.
La respuesta de Bucarest ha intentado calmar las aguas. El ministro de Defensa rumano, Ionut Mosteanu, sostuvo que esta reducción “considera la consolidación de la presencia de la OTAN en el flanco oriental, donde participan también fuerzas de Francia, Bélgica, Luxemburgo, Portugal y Macedonia del Norte”. La OTAN, por su parte, ha enfatizado que, pese al ajuste, el despliegue estadounidense sigue siendo mayor que en años previos a la invasión rusa de Ucrania.
El contexto no es menor. Rusia continúa su guerra híbrida en Europa, con incursiones, ciberataques y violaciones del espacio aéreo, como el episodio reciente de aviones rusos interceptados en el mar Báltico. Europa ha aumentado su inversión en defensa, pero expertos como los del Centro Belfer de Harvard advierten que aún no está preparada para reemplazar completamente las capacidades estadounidenses, especialmente en defensa aérea y misiles.
Este escenario ha puesto en evidencia una tensión estratégica: la necesidad de que Europa fortalezca su autonomía en seguridad frente a la realidad de una posible menor presencia militar estadounidense, pero también los riesgos de un vacío en la defensa colectiva. En este juego, los aliados deben balancear entre la dependencia histórica de Washington y la urgencia de consolidar capacidades propias.
Finalmente, la reducción en Rumania es un síntoma palpable de un cambio profundo en la arquitectura de seguridad euroatlántica. La reducción a casi la mitad del contingente estadounidense en Rumania se ha materializado en noviembre de 2025, y aunque se asegura que el compromiso con la OTAN y el artículo 5 permanece intacto, la incertidumbre sobre el futuro del liderazgo estadounidense en Europa persiste.
Este proceso invita a una reflexión crítica: ¿está Europa lista para asumir plenamente su defensa? ¿Será este ajuste un paso hacia una mayor autonomía o el preludio de un repliegue más amplio? Lo cierto es que, mientras las tensiones con Rusia se mantienen, la seguridad europea enfrenta un momento de redefinición que marcará la política y la estabilidad del continente en los años venideros.