
El nuevo rostro del conflicto entre Rusia y Ucrania se ha manifestado con una escalada tecnológica que inquieta a Kiev y sus aliados. Desde octubre de 2025, las fuerzas rusas han desplegado bombas aéreas guiadas (KAB) equipadas con módulos UMPK que les permiten planear hasta 200 kilómetros, un salto sin precedentes en el alcance de este armamento. Estas bombas, mucho más pequeñas y económicas que los misiles de crucero, han ampliado el teatro de guerra a provincias y ciudades que hasta ahora se consideraban relativamente seguras, como Poltava, Odesa y otras regiones alejadas del frente de combate tradicional.
Las KAB con módulo UMPK incorporan alas, un motor a reacción y sistemas de guiado que las hacen difíciles de detectar y derribar. Según expertos militares consultados por medios internacionales, su velocidad y tamaño reducen la huella térmica, complicando la defensa antiaérea ucraniana. Este avance permite a Rusia mantener a sus aviones fuera del alcance efectivo de los sistemas antimisiles, mientras multiplica la cantidad de ataques con un costo significativamente menor.
Oleksi Melnik, codirector del Centro Razumkov, afirma que "Putin intensifica el terror mediante ataques de largo alcance para desestabilizar a la sociedad ucraniana". Este terror no se limita a la destrucción de infraestructuras, sino que se extiende a la población civil, que ha visto un aumento de ataques en zonas urbanas, con el consiguiente riesgo de daños colaterales debido a la baja precisión de estas bombas.
Desde el lado ucraniano, las fuerzas han respondido con la construcción de extensas líneas defensivas y fortificaciones, en un esfuerzo por frenar el avance ruso y adaptarse a las nuevas amenazas. El coronel Oleh Rezunenko supervisa un tramo de 320 kilómetros de trincheras y obstáculos diseñados para dificultar el paso de tropas y vehículos. Sin embargo, la constante presión con ataques aéreos, drones y bombardeos ha causado pérdidas en equipos y efectivos, dificultando la rápida consolidación de estas defensas.
Rezunenko señala que "el ejército que cava más profundo es el que sobrevive", reflejando la cruda realidad de un conflicto que se ha convertido en una guerra de desgaste y adaptación constante.
Por otro lado, analistas militares señalan que la guerra entra en una fase donde la innovación tecnológica y la capacidad logística serán determinantes. La incorporación masiva de reclutas por parte de Rusia, junto con la modernización de su arsenal, contrasta con el esfuerzo ucraniano por mantener la moral y la efectividad de sus tropas bajo condiciones adversas.
En las regiones afectadas, las historias de quienes conviven con esta nueva realidad son diversas y conmovedoras. Serhii, un exmilitar convertido en mecánico, resume la sensación de incertidumbre: "En la guerra siempre aparecen nuevas armas y luego nuevas formas de contrarrestarlas, con estas bombas sucederá lo mismo". Sin embargo, el temor a que estas bombas alcancen Kiev, a 200 kilómetros de la frontera rusa, se ha instalado en la población, incrementando la ansiedad y la sensación de vulnerabilidad.
Este avance ruso representa una redefinición del conflicto, que ya no se limita a las líneas de frente sino que extiende la guerra a territorios previamente considerados seguros. La capacidad de Rusia para lanzar ataques de largo alcance con armamento relativamente económico pone en jaque la estrategia defensiva ucraniana y desafía la capacidad de respuesta internacional.
La guerra, que ya supera los tres años, muestra una vez más que la innovación armamentística puede cambiar el curso y la naturaleza del conflicto, aunque también evidencia la resiliencia y adaptabilidad de quienes defienden su territorio.
En definitiva, la nueva amenaza de las bombas planeadoras rusas no solo es un desafío militar, sino también un recordatorio brutal de cómo la tecnología puede intensificar el sufrimiento humano y la complejidad geopolítica en un conflicto que parece lejos de resolverse.