
En agosto de 2025, la administración estadounidense bajo Donald Trump implementó un alza significativa de aranceles a decenas de países, incluyendo a Chile, que quedó con un gravamen del 10% sobre sus exportaciones. Más de tres meses después, el escenario comercial global muestra las cicatrices de aquella decisión, con efectos que van más allá de la volatilidad inicial de las bolsas y que han puesto en tensión relaciones económicas y políticas.
El 1 de agosto, el anuncio de Trump sacudió los mercados: las bolsas europeas cayeron más de un 2%, el Nikkei de Japón retrocedió un 0,66% y Shanghai un 0,37%. Chile, aunque no fue el foco principal, quedó incluido en la lista de países con un arancel del 10%, una medida que se mantuvo pese a negociaciones en curso. Esta decisión se inscribe en una estrategia de presión comercial que buscaba corregir déficits y reequilibrar acuerdos, pero que ha generado incertidumbre y costos visibles para las economías afectadas.
Desde el gobierno chileno, la postura oficial ha sido la de buscar vías diplomáticas para mitigar el impacto, con una agenda activa en Washington y en foros multilaterales. “Estamos comprometidos con defender los intereses de nuestros exportadores y mantener la estabilidad de nuestras cadenas productivas”, afirmó una fuente del Ministerio de Economía.
El sector empresarial, sin embargo, ha manifestado preocupación creciente. La Cámara de Comercio y la Sociedad de Exportadores han reportado pérdidas concretas y dificultades para planificar a mediano plazo. “El arancel no solo encarece nuestros productos en EE.UU., sino que distorsiona la competitividad frente a otros mercados”, declaró un representante gremial.
En la sociedad civil, el impacto se siente en regiones dependientes de la exportación de productos afectados, donde trabajadores y pequeños empresarios enfrentan incertidumbre laboral y económica. Organizaciones sociales han llamado a un diálogo más inclusivo para evaluar las consecuencias sociales de estas políticas comerciales.
La decisión estadounidense no solo afectó a Chile, sino que provocó reacciones variadas en Europa, Asia y América Latina. Mientras países como Suiza y Taiwán enfrentan aranceles aún más altos (39% y 20%, respectivamente), México logró una prórroga para evitar aumentos inmediatos. Esta dinámica ha generado tensiones diplomáticas y ha puesto en evidencia la fragilidad de un sistema comercial global cada vez más proteccionista.
A la luz de los hechos, es evidente que las medidas arancelarias de agosto no fueron un episodio temporal ni aislado, sino un punto de inflexión con repercusiones duraderas. Chile, en particular, debe navegar un escenario donde la diversificación de mercados y la innovación productiva se vuelven imperativos para superar las barreras impuestas.
Además, la experiencia revela la complejidad de un mundo interconectado donde decisiones unilaterales pueden desencadenar efectos en cadena, afectando no solo las economías, sino también las estructuras sociales y políticas internas.
En definitiva, la historia de estos aranceles es una tragedia compartida, una lucha en la arena global donde cada actor —desde gobiernos hasta ciudadanos— enfrenta su propio desafío, con la incertidumbre como telón de fondo y la necesidad de estrategias que trasciendan el corto plazo.
2025-11-12
2025-11-12