
El jueves 20 de noviembre de 2025, Inna Moll, representante chilena en Miss Universo, logró avanzar hasta el top 12 del certamen celebrado en el Impact Arena de Pak Kret, Tailandia. Este avance, que la posicionó entre las doce finalistas de un grupo inicial de 120 candidatas, constituye un hito para Chile, que no figuraba con tanta fuerza en el concurso desde hace varios años.
El camino de Moll estuvo marcado por una presentación destacada en traje de baño, que le permitió superar la primera ronda de selección y continuar en la competencia de vestido de noche. Sin embargo, su recorrido terminó antes de llegar a la ronda final de preguntas y respuestas, reservada solo para las cinco mejores.
La participación de Inna Moll ha reabierto en Chile un debate que se extiende más allá de la pasarela. Para sectores conservadores, “la presencia de Moll en el top 12 es un orgullo nacional, que exhibe la belleza y la cultura chilena en un escenario global”, según expresó un analista de medios tradicional.
Por otro lado, voces críticas advierten que “estos concursos perpetúan estereotipos y una visión limitada de la mujer, que no se condice con los avances en igualdad y diversidad que el país ha impulsado”. Académicas y activistas feministas han señalado que, aunque la visibilidad internacional puede ser positiva, el certamen sigue siendo un espacio de objetivación y mercantilización del cuerpo femenino.
Desde la perspectiva latinoamericana, la actuación de Moll se inscribe en una competencia donde históricamente países como Venezuela, Colombia y México dominan el podio. La inclusión de Chile entre las favoritas apunta a un cambio en la percepción y preparación de las candidatas nacionales, con un énfasis mayor en la identidad cultural, como lo reflejó el traje inspirado en las Torres del Paine, símbolo emblemático del país.
Al mismo tiempo, en regiones del país con menor acceso a medios o con realidades sociales complejas, el impacto del concurso es más limitado, y las prioridades ciudadanas se orientan hacia temas como la educación, la salud y la justicia social. Esto genera una brecha entre la cobertura mediática y la relevancia social del evento.
La experiencia de Inna Moll en Miss Universo 2025 confirma que Chile puede competir en escenarios globales de alto perfil, pero también pone en evidencia las tensiones que existen entre tradición y modernidad, entre representación y crítica social.
El certamen, que data de 1952, sigue siendo un espejo donde se reflejan las transformaciones culturales y las disputas sobre identidad y género. La participación chilena, aunque celebrada, invita a reflexionar sobre qué tipo de imágenes y valores queremos proyectar hacia el mundo, y cómo estos dialogan con las realidades internas del país.
En definitiva, el paso de Moll al top 12 es un triunfo con matices: un éxito personal y nacional, pero también un escenario para la discusión profunda sobre el rol y significado de estos eventos en la sociedad chilena contemporánea.
Fuentes: La Tercera, Cooperativa.cl, análisis de expertos en sociología cultural y género.
2025-11-08