
El debate por el Presupuesto Nacional 2026 se ha convertido en un verdadero escenario de confrontación donde convergen intereses políticos, técnicos y sociales, dejando a la vista las profundas dificultades para alcanzar un acuerdo que satisfaga a todas las partes. Desde su inicio en noviembre, la tramitación ha estado marcada por el rechazo masivo de partidas presupuestarias en la Comisión Mixta de Presupuestos, seguido por un intenso diálogo entre el Ministerio de Hacienda y los bloques opositores.
Por un lado, el Ejecutivo, representado por el ministro de Hacienda, Nicolás Grau, ha impulsado una política de austeridad que incluye una reducción significativa en las "asignaciones por funciones críticas", que son sobresueldos destinados a cargos políticos y personal de confianza. “Es una señal clara de prioridades”, señaló Grau, defendiendo la medida como parte de un esfuerzo para financiar aumentos en programas sociales como Junaeb.
Para la oposición, sin embargo, estas reducciones no son suficientes ni bien dirigidas. Parlamentarios como la presidenta de la Comisión Mixta, Ximena Rincón, han expresado preocupación por la “desfinanciación evidente” del presupuesto y la necesidad de mantener grados de movilidad y reasignación para el próximo gobierno. Desde sus filas, se advierte que un presupuesto rígido y con partidas rechazadas en ambas cámaras podría paralizar la operatividad de ministerios esenciales.
Entre las partidas rechazadas en la Cámara de Diputados figuran recursos para ministerios clave como Interior, Salud, Educación, Medio Ambiente y Seguridad Pública. Esta situación implica que, si no se corrige, estos organismos solo podrán financiar gastos permanentes, como remuneraciones de planta y obligaciones legales, pero quedarán sin recursos para gastos variables indispensables para su funcionamiento diario, como personal a contrata y servicios básicos.
Expertos consultados explican que esta restricción podría afectar desde la atención hospitalaria hasta la implementación de políticas públicas regionales, elevando la incertidumbre sobre la capacidad del Estado para responder a demandas ciudadanas.
El recorte en las asignaciones críticas también ha sido interpretado como un mensaje político velado. En un contexto electoral donde la candidatura de José Antonio Kast emerge como favorita, el oficialismo ha buscado marcar un gesto de austeridad y responsabilidad fiscal, apelando a la opinión pública y a sus propios parlamentarios para presionar a la oposición.
La diputada Camila Rojas (Frente Amplio) propuso incluso que ningún funcionario público perciba una remuneración superior a la del Presidente, aunque esta iniciativa fue declarada inadmisible en primera instancia. Esta propuesta refleja la tensión entre demandas de transparencia, austeridad y las tradicionales estructuras salariales del Estado.
Tras días de debate y negociaciones, queda claro que el presupuesto 2026 no solo es un ejercicio técnico, sino un campo de batalla político donde se definen prioridades, responsabilidades y límites del gasto público.
La constatación fundamental es que el presupuesto enfrenta un dilema estructural: la necesidad de contener el gasto para no agravar el déficit fiscal, versus la urgencia de financiar políticas sociales y operativas que respondan a las demandas ciudadanas y a la realidad de un país en transición.
Mientras Hacienda y la oposición continúan sus conversaciones, el riesgo de un presupuesto desfinanciado y fragmentado se mantiene, con consecuencias palpables para la gestión estatal y la confianza ciudadana en sus instituciones.
Este episodio revela también la complejidad de la política fiscal en un contexto de incertidumbre económica y polarización política, donde cada peso asignado se convierte en símbolo y herramienta de poder.
Fuentes: La Tercera, Diario Financiero, declaraciones oficiales del Ministerio de Hacienda y parlamentarios involucrados en la Comisión Mixta de Presupuestos.