En los últimos meses, la derecha política chilena ha vivido un episodio que ha trascendido la habitual disputa electoral para convertirse en un verdadero espectáculo de confrontación pública. Las tensiones entre Evelyn Matthei y José Antonio Kast, exacerbadas por campañas de desinformación y ataques personales en redes sociales, han puesto en evidencia una fractura interna que va más allá de diferencias ideológicas.
El origen del conflicto se remonta a mediados de 2025, cuando comenzaron a circular mensajes que vinculaban a Matthei con problemas cognitivos, específicamente el alzheimer, en un intento por deslegitimar su candidatura. La reacción de Matthei no se hizo esperar: calificó a sus adversarios como "un grupo de matones" y anunció una querella judicial contra quienes resultaran responsables de esta campaña sucia. Sin embargo, la presentación formal de la querella nunca se concretó, lo que generó suspicacias y críticas incluso dentro de sectores afines.
Desde la vereda oficialista, Jeannette Jara expresó su preocupación por la situación, calificando el episodio como una muestra clara de ingobernabilidad. "Quienes queremos postular a liderar el país deberíamos hacerlo con ideas, más que con descalificaciones, incluso con mentiras que dicen unos de otros", afirmó, subrayando el daño que estas prácticas generan a la democracia y al debate público.
La disputa ha sido analizada desde distintos ángulos. Por un lado, el sector más conservador y cercano a Kast sostiene que la agresividad en la campaña es una respuesta necesaria ante lo que consideran un "establishment" que busca marginarlos. Para ellos, la figura de Matthei representa ese aparato tradicional que ha fallado en representar las demandas populares.
En contraste, la centro-derecha moderada ve en esta disputa un desgaste innecesario que aleja a la ciudadanía de los contenidos programáticos y profundiza la desconfianza hacia las instituciones. Desde esta óptica, la falta de querella formal por parte de Matthei es interpretada como un error estratégico que debilitó su posición y alimentó la narrativa de ingobernabilidad.
Por último, voces ciudadanas y académicas han señalado que este tipo de confrontaciones públicas no solo polarizan a la opinión pública, sino que también contribuyen a la fragmentación social y al descrédito de la política como herramienta de solución de conflictos.
A casi cuatro meses desde el inicio de la polémica, queda claro que este episodio ha dejado cicatrices profundas en la derecha chilena. La incapacidad para gestionar las diferencias internas de manera constructiva ha erosionado la imagen de liderazgo y ha generado incertidumbre sobre la capacidad de estos actores para gobernar con cohesión.
Además, la proliferación de campañas sucias y desinformación ha puesto en alerta a expertos y organismos dedicados a la transparencia electoral, quienes advierten sobre la necesidad urgente de fortalecer mecanismos de regulación y educación mediática.
En definitiva, este conflicto no es solo un choque entre dos figuras políticas, sino un espejo que refleja tensiones más amplias sobre la identidad, legitimidad y futuro de la derecha chilena. Como espectadores de esta tragedia política, los ciudadanos quedan invitados a reflexionar sobre el costo real de la polarización y la importancia de recuperar un diálogo público basado en ideas y respeto mutuo.
2025-11-11