
Un juez en la mira, un país dividido y un aliado incómodo. El 30 de julio de 2025, el gobierno de Estados Unidos anunció sanciones contra Alexandre de Moraes, ministro del Supremo Tribunal Federal (STF) brasileño, bajo la Ley Magnitsky. Esta norma, diseñada para castigar violaciones graves a los derechos humanos, se usó por primera vez en la región para sancionar a un magistrado en ejercicio, provocando una crisis diplomática que todavía reverbera en la relación entre ambas potencias.
La medida estadounidense, que incluye la congelación de activos y la prohibición de transacciones financieras en territorio norteamericano, fue justificada por Scott Bessent, secretario del Tesoro, como una respuesta a “una campaña represiva de censura y detenciones arbitrarias” liderada por Moraes, especialmente contra opositores políticos como el expresidente Jair Bolsonaro. Esta sanción se sumó a la revocación de visas a jueces del STF y sus familias anunciada en julio por el secretario de Estado Marco Rubio.
Desde Brasil, las reacciones son encontradas y profundas. Para sectores conservadores y bolsonaristas, la sanción estadounidense es un respaldo a sus denuncias de que Moraes ha actuado como juez y parte en procesos políticos, violando garantías fundamentales. El diputado Eduardo Bolsonaro, protagonista de gestiones en Washington para promover estas sanciones, representa esta voz que denuncia una supuesta “cacería de brujas” judicial.
En contraste, para amplios sectores progresistas y parte del Poder Judicial brasileño, la medida estadounidense es una injerencia inaceptable que amenaza la soberanía nacional. Académicos y juristas señalan que, aunque Moraes ha sido criticado por su estilo y decisiones, las sanciones extraterritoriales plantean un precedente peligroso para la independencia judicial.
En el plano internacional, la sanción ha puesto en evidencia la complejidad creciente de la política global, donde las normas sobre derechos humanos se cruzan con intereses geopolíticos y económicos. La Ley Magnitsky, inicialmente creada para castigar abusos en Rusia, se ha convertido en una herramienta de presión con alcance global, aunque sin requerimiento de condenas judiciales previas.
Para Brasil, el impacto económico inmediato es limitado, pero simbólicamente la sanción ha tensado la relación con uno de sus principales socios comerciales y políticos. El ministro de Relaciones Exteriores brasileño declaró que “esta acción afecta la confianza mutua y el respeto entre nuestros países”.
Este episodio revela una disputa que no solo enfrenta a Estados Unidos y Brasil, sino que también pone en el centro del debate la fragilidad de las instituciones democráticas en América Latina y la creciente politización de la justicia. La sanción a Moraes se convierte así en un espejo donde se reflejan contradicciones y desafíos que van más allá del caso individual.
Verdades y consecuencias claras:
- La sanción estadounidense es un hecho sin precedentes que marca un nuevo capítulo en la diplomacia judicial y la política internacional.
- El conflicto exhibe la tensión entre la defensa de los derechos humanos y la soberanía nacional, sin soluciones fáciles.
- La polarización interna brasileña se profundiza, con riesgos para la estabilidad institucional.
- América Latina observa con atención, consciente de que la judicialización de la política y la presión externa pueden redefinir sus equilibrios democráticos.
En definitiva, la sanción a Alexandre de Moraes no es solo una medida punitiva, sino un síntoma visible de las luchas por el poder, la justicia y la legitimidad en un continente en transformación.
2025-11-12
2025-11-12