
El choque entre Evelyn Matthei y José Antonio Kast ha dejado de ser un rumor para convertirse en un duelo público que desnuda las profundas divisiones internas en la derecha chilena. Desde julio de 2025, la exalcaldesa de Providencia ha cuestionado con dureza la estrategia y el estilo del Partido Republicano, liderado por Kast, apuntando a una campaña en redes sociales que atribuye a sus adherentes y que, según ella, ha buscado desgastarla.
“Lo peor que podemos hacer es actuar como la Concertación, que bajó el moño y se dejó arrasar”, ha insistido Matthei, evocando con un dejo de advertencia la historia reciente de la centroizquierda chilena, que para ella ejemplifica la derrota ante la inacción y la falta de confrontación política clara.
Este contraste no es solo retórico. La disputa revela dos formas distintas de entender la política en la derecha: por un lado, la coalición tradicional Chile Vamos, que Matthei representa, se reivindica como un espacio plural y tolerante a la diversidad interna; por otro, el Partido Republicano exhibe una línea más rígida, donde las discrepancias se han saldado con expulsiones de figuras emblemáticas como Carmen Gloria Aravena y Rojo Edwards. Esta intolerancia interna ha sido señalada por Matthei como una debilidad y un factor de división que dificulta la consolidación de un bloque unido de derecha.
“En Chile Vamos nos caracterizamos por tener distintas opiniones y por decirlas, y nunca a nadie se le ha exigido que se vaya del partido”, afirmó la exalcaldesa, en clara alusión a la expulsión de varios dirigentes en el Partido Republicano por disentir.
La disputa también tiene un efecto tangible sobre la campaña presidencial y la segunda vuelta electoral. Matthei ha dejado en suspenso un apoyo explícito a Kast, relativizando la idea de que sus votos o los de otros líderes sean transferibles. Recordó que en la elección pasada, pese a su respaldo público y el de Paula Daza, no lograron influir en el voto femenino ni revertir la ventaja del candidato opositor.
Este escenario plantea una fragmentación del electorado de derecha que podría favorecer a opciones alternativas o incluso a la centroizquierda, si ésta logra capitalizar la división.
Desde una mirada regional, la disputa tiene también su eco en la base social. Sectores urbanos y moderados tienden a respaldar el discurso de Matthei, que apuesta por la pluralidad y la moderación, mientras que la base más conservadora y rural se identifica con el discurso más duro y disciplinado de Kast y su partido.
En términos históricos, la comparación con la Concertación no es casual. Matthei advierte que la experiencia de la centroizquierda, que en su momento fue un bloque amplio pero que terminó fracturado y derrotado, debe servir de lección para la derecha, que hoy enfrenta un desafío similar: la necesidad de articular un proyecto común sin sacrificar la diversidad interna.
Finalmente, la tensión entre Matthei y Kast no solo refleja una disputa personal, sino un choque de visiones sobre el futuro de la derecha chilena y su capacidad para gobernar. Las consecuencias de esta fractura ya se sienten en la campaña electoral y podrían marcar el rumbo político del país en el corto y mediano plazo.
Verdades que emergen:
- La derecha chilena está lejos de consolidar un bloque homogéneo y enfrenta desafíos internos que condicionan su desempeño electoral.
- La intolerancia interna en el Partido Republicano ha generado expulsiones que evidencian una falta de pluralidad.
- La estrategia de confrontación y la apelación a la historia política reciente buscan movilizar a sectores moderados, pero también tensan la convivencia política.
- El electorado no es fácilmente transferible y las alianzas personales tienen límites claros.
Este episodio invita a la reflexión sobre cómo las fuerzas políticas chilenas gestionan la diversidad interna y los riesgos de la fragmentación en un sistema electoral cada vez más competitivo y polarizado.