
El 29 de julio de 2025, Estados Unidos y China acordaron extender la tregua arancelaria que mantenía en pausa una escalada comercial que amenazaba con paralizar el comercio mundial. Más de tres meses después, esta decisión se revela como un acto de equilibrio precario, donde la calma no ha significado la resolución definitiva del conflicto, sino más bien un respiro en una pugna donde cada movimiento es observado con suspicacia.
El acuerdo inicial, alcanzado a mediados de mayo, surgió tras meses de una guerra comercial que incluyó amenazas de aranceles de hasta tres dígitos, una medida que habría significado un embargo bilateral sin precedentes. La tregua de 90 días fue una maniobra para evitar daños mayores a las cadenas de suministro globales y a los mercados financieros, pero sin un compromiso claro sobre soluciones estructurales.
Desde entonces, las negociaciones han sido un tira y afloja. En Estocolmo, la segunda ronda de conversaciones concluyó sin avances significativos, pero con el compromiso de extender la tregua. El principal negociador chino, Li Chenggang, destacó la intención de ambas partes de prolongar el acuerdo, aunque sin precisar fechas ni plazos, dejando en el aire la duración y alcance de esta prórroga.
Desde Washington, la administración estadounidense ha mostrado una mezcla de pragmatismo y presión. Por un lado, ha suspendido restricciones a exportaciones tecnológicas con la esperanza de allanar el camino para una reunión entre los presidentes de ambos países. Por otro, senadores de ambos partidos preparan proyectos de ley que podrían tensar aún más las relaciones, centrados en derechos humanos y seguridad, especialmente en torno a Taiwán.
“Eso no es correcto, ¡no estoy BUSCANDO nada! Puede que vaya a China, pero sólo por invitación del presidente Xi, que ya ha sido extendida. De lo contrario, ¡ningún interés!”, declaró el ex presidente estadounidense, negando intenciones de encuentro.
En Pekín, la postura se mantiene firme: la reclamación territorial sobre Taiwán y la crítica a las medidas de seguridad estadounidenses son piedras angulares que dificultan cualquier avance. La suspensión del viaje del presidente taiwanés Lai Ching-te a Estados Unidos es un indicio claro de cómo la política regional sigue influyendo en la dinámica comercial.
Para América Latina y Chile en particular, la tregua ha significado un alivio temporal. Chile, que enfrenta desafíos económicos propios como el tercer mayor desempleo en la OCDE y una economía que crece lentamente, se ha visto afectado por la volatilidad de los mercados internacionales y las fluctuaciones del precio del cobre, que en este periodo se mantuvo alrededor de los 5,61 dólares la libra.
Sin embargo, la incertidumbre persiste. La prolongación indefinida de esta tregua sin un acuerdo estructural aumenta la vulnerabilidad de las economías exportadoras y las cadenas de suministro globales, donde América Latina juega un rol clave. El Fondo Monetario Internacional ha advertido sobre el riesgo latente de un repunte en las tensiones arancelarias, lo que podría revertir cualquier mejora reciente en el crecimiento mundial.
En Chile, sectores productivos y académicos observan con cautela. Algunos analistas destacan que la tregua permitió evitar un shock inmediato, pero alertan sobre la necesidad de diversificar mercados y fortalecer la innovación para no depender exclusivamente de la dinámica entre las superpotencias.
Por otra parte, voces críticas señalan que la disputa no solo es económica, sino que refleja un choque de modelos políticos y sociales que trascienden lo comercial. La disputa por Taiwán, los derechos humanos y la seguridad nacional son temas que, según ellos, dificultan la resolución y pueden prolongar el conflicto por años.
Tras meses de negociaciones y tensiones, la tregua arancelaria entre Estados Unidos y China representa más una pausa estratégica que un acuerdo definitivo. La ausencia de plazos claros y la persistencia de temas políticos y de seguridad sin resolver indican que esta tregua es un interludio en un conflicto de largo aliento.
Para Chile y la región, la lección es clara: la interdependencia global exige no solo monitorear las grandes disputas, sino también fortalecer la resiliencia económica y política local. El desafío está en comprender que los grandes escenarios internacionales impactan directamente en la vida cotidiana, y que la estabilidad global es frágil y exige un análisis profundo y constante.
Las próximas semanas serán claves para observar si esta tregua se traduce en un diálogo más profundo o si, por el contrario, la tensión volverá a escalar, con consecuencias imprevisibles para la economía mundial y la geopolítica regional.
2025-11-11