Gaza y la hambruna que no cesa: un pueblo atrapado entre la guerra y la escasez

Gaza y la hambruna que no cesa: un pueblo atrapado entre la guerra y la escasez
Internacional
Medio Oriente
2025-11-21
Fuentes
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- 21 meses de conflicto y bloqueo total

- Colapso económico y social en un enclave de 2,1 millones

- Divergencia internacional sobre la ayuda y su control

En Gaza, el tiempo no ha sido aliado, sino verdugo. Desde octubre de 2023, tras el ataque inicial de Hamás y la respuesta militar israelí, el enclave ha vivido una escalada que ha arrasado con su economía y tejido social. La hambruna masiva que hoy golpea a sus 2,1 millones de habitantes no es una consecuencia súbita, sino el resultado de un asedio que ha ido cerrando cada vez más las puertas a la ayuda y los recursos básicos.

La crisis alimentaria, denunciada desde mediados de 2025, ha dejado a la población en una situación límite: escasez extrema de alimentos, muertes por inanición y desnutrición, y un mercado negro donde un kilo de lentejas puede costar hasta US$100. Mustafa, un habitante de Gaza, resume la tragedia cotidiana: “Somos como detectives, siguiendo el olor a harina... y aunque la encontráramos, tenemos que ser millonarios para comprar un solo kilo”. Su historia es la de miles que ven cómo sus ahorros se evaporan sin que la comida aparezca.

La ofensiva israelí ha impuesto un bloqueo que en marzo de 2025 se volvió total, permitiendo solo un flujo mínimo y controlado de ayuda humanitaria. Este control, ejercido a través de la polémica Fundación Humanitaria de Gaza, ha sido criticado por la ONU y organismos internacionales que lo consideran un uso político y militar de la asistencia. Israel justifica las restricciones alegando la necesidad de evitar que Hamás desvíe recursos para fines bélicos, aunque no existen evidencias concluyentes de un desvío sistemático.

Las voces en la arena internacional se dividen. Por un lado, organismos humanitarios y países como Noruega y Suiza exigen el levantamiento inmediato del bloqueo y la apertura de corredores seguros para la ayuda. Por otro, Estados Unidos e Israel mantienen la postura de que la seguridad regional y la prevención del armamentismo deben primar, aunque ello implique un costo humanitario devastador.

En Gaza, la división social se ha borrado. Ya no hay ricos ni pobres: todos enfrentan la misma amenaza de hambre y muerte. Youssef Ahmed Abed, un diseñador gráfico que gastó US$25.000 en comida, reconoce que incluso el dinero ha perdido su poder: “No hay nada que comprar”. La clase media, que resistió inicialmente gracias a sus ahorros y remesas, ahora se desmorona junto a los más vulnerables.

La crisis afecta profundamente a los niños y a las mujeres embarazadas. El Programa Mundial de Alimentos reporta que uno de cada tres habitantes pasa días sin comer. Los hospitales, saturados y sin suplementos nutricionales, no pueden atender adecuadamente a los más débiles. La desnutrición infantil se dispara, con consecuencias que marcarán a toda una generación.

Las consecuencias políticas y sociales también se extienden fuera de Gaza. En Israel, la opinión pública se fragmenta entre quienes apoyan la línea dura del gobierno y quienes denuncian el alto costo humanitario. A nivel global, la crisis alimentaria en Gaza se ha convertido en un símbolo de la complejidad de los conflictos modernos, donde la guerra, la política y la ayuda humanitaria se entrelazan en un drama sin solución fácil.

Más de 1.000 personas han muerto intentando acceder a ayuda en los últimos meses, víctimas del fuego cruzado y la inseguridad en las rutas de suministro. Mientras tanto, la comunidad internacional sigue atrapada en un debate sobre la legitimidad y eficacia de las restricciones.

En definitiva, la tragedia de Gaza no es solo una cuestión de cifras o políticas: es la historia de un pueblo que sufre una hambruna impuesta, donde la línea entre la guerra y la supervivencia se vuelve difusa. La verdad irrefutable es que, tras casi dos años de conflicto, el hambre sigue siendo una arma letal, y su costo humano, incalculable.