Un nuevo capítulo en la interacción entre cerebro y máquina se está escribiendo a partir del desarrollo de interfaces cerebro-computadora (BCI) que buscan superar los obstáculos de la invasividad quirúrgica tradicional. En 2023, Mark Jackson, un paciente con esclerosis lateral amiotrófica (ELA), fue implantado con el dispositivo Stentrode de Synchron, un pequeño stent con electrodos que se introduce a través de la vena yugular hasta la corteza motora sin necesidad de abrir el cráneo. Este avance marca un contraste con la propuesta más conocida de Neuralink, que requiere una craneotomía y la inserción directa de hilos en el tejido cerebral.
Las voces que impulsan y cuestionan este progreso se encuentran en un escenario tan complejo como fascinante. Por un lado, el equipo de Synchron y sus financiadores, como Jeff Bezos y Bill Gates, defienden que esta tecnología puede devolver autonomía a personas con discapacidades severas, como la parálisis causada por ELA, al permitirles controlar dispositivos digitales solo con el pensamiento. Mark Jackson afirma: "La tecnología me permite hacer más de lo que nunca creí posible". Sin embargo, expertos en neuroingeniería señalan que la señal captada desde dentro del vaso sanguíneo es más débil y menos precisa que la obtenida por implantes invasivos, lo que limita la complejidad de las tareas que se pueden realizar.
En el otro extremo, la visión futurista de Neuralink, liderada por Elon Musk, plantea una fusión transhumanista entre mente y máquina con múltiples electrodos implantados directamente en el cerebro para lograr un control más detallado y natural. Pero este camino implica riesgos mayores, como hemorragias o daños cerebrales, y aún está lejos de una aplicación masiva.
Desde la perspectiva social y ética, la discusión se intensifica. La tecnología de Synchron, al ser menos invasiva, podría democratizar el acceso a estas herramientas, al poder ser implantada por cardiocirujanos en lugar de neurocirujanos especializados. Sin embargo, la aprobación regulatoria y la cobertura por parte de aseguradoras son desafíos aún pendientes. Además, la dependencia actual de cables externos y la necesidad de sesiones frecuentes para calibrar el sistema limitan su practicidad.
Las voces críticas también advierten sobre la expectativa generada en pacientes y familiares, dado que la ELA es una enfermedad progresiva con pronóstico grave. De las diez personas implantadas con el Stentrode, solo dos continúan usándolo, mientras que los demás han dejado de hacerlo por la evolución de la enfermedad o fallecimiento. Leigh Hochberg, investigador en BCI, señala: "No hay medidas validadas para evaluar fácilmente los beneficios de estas tecnologías".
En términos técnicos, el debate gira en torno al equilibrio entre invasividad y funcionalidad. Mientras más electrodos y cercanía al tejido neuronal prometen mayor precisión y control, también aumentan los riesgos quirúrgicos. Synchron apuesta por un "producto mínimo viable" que permita navegar y seleccionar en dispositivos como un iPhone, con la expectativa de que futuras generaciones permitan un control más natural y sin cables.
Las consecuencias visibles y futuras de esta carrera tecnológica son múltiples. Por un lado, se abre una puerta para que personas con discapacidades severas recuperen comunicación y autonomía, mejorando su calidad de vida. Por otro, se plantea un escenario donde la interfaz mente-máquina podría extenderse más allá del ámbito médico, hacia aplicaciones recreativas o laborales, con implicancias profundas en la privacidad, identidad y desigualdad social.
En definitiva, esta historia es una tragedia y una esperanza entrelazadas. Mark Jackson, atrapado en el avance inexorable de la ELA, se convierte en un pionero que sufre la limitación actual de la tecnología, pero que también vislumbra un futuro donde el pensamiento pueda ser puente y no prisión. La tecnología está en su infancia, con promesas y limitaciones que requieren un análisis riguroso y plural para evitar caer en el optimismo ingenuo o el escepticismo paralizante.
Este episodio invita a reflexionar sobre qué entendemos por autonomía, qué riesgos estamos dispuestos a asumir y cómo la innovación debe dialogar con la ética y la realidad social para no dejar a nadie atrás.