A más de dos meses de que la entonces candidata presidencial Carolina Tohá confirmara su relación sentimental con el ministro de Hacienda, Mario Marcel, el temblor político inicial ha decantado. Sin embargo, las réplicas de esa revelación continúan resonando en el debate público, dejando al descubierto las complejas y a menudo incómodas intersecciones entre el poder, la ética y los afectos personales en el corazón del Estado.
A principios de mayo, en una entrevista concedida en plena precampaña, Carolina Tohá (PPD) oficializó lo que era un secreto a voces en los pasillos de La Moneda: "Desde hace un tiempo somos pareja con Mario Marcel". La exministra del Interior enmarcó la revelación en la necesidad de transparencia ante la ciudadanía, argumentando que, si bien la relación pertenecía al ámbito privado, su nueva condición de candidata exigía mayor apertura. Sostuvo, además, que la situación fue comunicada en su momento al Presidente Gabriel Boric y que, legalmente, no existía incompatibilidad alguna.
La reacción del espectro político no se hizo esperar. Lejos de centrarse en el aspecto personal, la oposición, principalmente desde Chile Vamos y el Partido Republicano, transformó el anuncio en un arma de fiscalización política. La estrategia fue clara: no atacar el vínculo afectivo, sino sembrar dudas sobre un potencial conflicto de interés. Figuras como el diputado Juan Antonio Coloma (UDI) sugirieron que la relación "servía para entender los virulentos ataques" previos de Marcel a las propuestas económicas de su principal contendora, Evelyn Matthei. Otros, como José Antonio Kast, advirtieron que exigirían la renuncia del ministro si este incurría en "activismo político" a favor de Tohá. La palabra clave que se instaló fue "prescindencia": la exigencia de una neutralidad absoluta y demostrable por parte del jefe de las finanzas públicas.
En respuesta, tanto Marcel como Tohá se mantuvieron firmes en su postura. El ministro de Hacienda aseguró que su actuar siempre se ha regido por la objetividad y el interés del país, y que seguiría las claras instrucciones del Presidente sobre la imparcialidad del gabinete en período electoral. Tohá, por su parte, insistió en que no transformaría su vida personal en "un tema de campaña", lamentando que otros quisieran hacerlo.
El episodio cristalizó un debate con múltiples aristas que obliga a una reflexión más profunda:
Hoy, el tema ha salido de los titulares inmediatos, pero no ha desaparecido. Se ha integrado como una variable más en el complejo tablero de la carrera presidencial. La revelación no provocó una crisis de gabinete ni renuncias, pero sí redefinió las reglas del juego. El ministro Marcel, reconocido por su rigor técnico, ahora opera bajo un escrutinio político intensificado, donde cada una de sus intervenciones es analizada con una doble lupa.
El caso Tohá-Marcel, más allá de sus protagonistas, se ha convertido en un estudio sobre la fragilidad de las fronteras en la política contemporánea. Ha dejado a la ciudadanía con preguntas abiertas y sin respuestas sencillas, obligándola a ponderar dónde termina el derecho a la privacidad de un funcionario y dónde comienza el derecho del público a una total y absoluta imparcialidad, no solo en los hechos, sino también en las apariencias. La historia no está cerrada; simplemente ha evolucionado hacia una vigilancia expectante, demostrando que en el poder, los afectos nunca son un asunto enteramente privado.