
El drama en Torres del Paine ha dejado una huella imborrable en el corazón del turismo nacional. El 14 de noviembre de 2025, cinco visitantes perdieron la vida tras extraviarse en una zona remota del parque, desatando una ola de conmoción y un debate profundo sobre las condiciones que rodean el turismo en la naturaleza chilena.
Este evento no es un caso aislado. Cada año, miles de excursionistas enfrentan riesgos similares en los parques y montañas del país, expuestos a cambios climáticos repentinos, desvíos mínimos de senderos y decisiones tomadas sin información actualizada. La geografía chilena, tan hermosa como implacable, multiplica estos peligros.
“Los operativos de búsqueda y rescate no solo consumen recursos públicos, sino que ponen en riesgo a guardaparques y voluntarios en condiciones extremas”, advierte Marta Lorenzini, fundadora de Real Travel. Su llamado es claro: avanzar hacia un modelo preventivo que vaya más allá de la reacción.
Desde el gobierno y organizaciones civiles, las voces se dividen sobre las soluciones. Algunos sectores políticos enfatizan la necesidad de fortalecer la infraestructura y señalización física en los parques, argumentando que la responsabilidad principal recae en la gestión pública para garantizar la seguridad. Otros plantean que la educación del visitante debe ser la prioridad, promoviendo una cultura de respeto y conocimiento del entorno antes de aventurarse.
En paralelo, la tecnología emerge como un actor clave. Aplicaciones con GPS que funcionan sin conexión a internet, mapas descargables y alertas de desvío se presentan como herramientas concretas para reducir riesgos. Sin embargo, expertos advierten que estas soluciones no deben entenderse como sustitutos de la señalización tradicional ni de la experiencia de guías especializados, sino como complementos que agregan capas de protección.
Desde la perspectiva regional, las comunidades locales expresan sentimientos encontrados. Por un lado, reconocen que el turismo es motor económico vital; por otro, sienten que las tragedias revelan falencias en la comunicación y coordinación entre actores públicos y privados, y en la capacitación de quienes reciben a los visitantes.
“No es solo tecnificar la naturaleza, sino proteger vidas y prevenir lo prevenible”, resume Lorenzini, sintetizando la tensión entre modernidad y tradición, entre desarrollo y conservación.
La tragedia en Torres del Paine expone verdades incómodas: la naturaleza chilena no perdona errores y la seguridad en el turismo requiere un compromiso compartido entre Estado, empresas, visitantes y comunidades. La reflexión que queda es clara: sin prevención efectiva, sin educación sólida y sin herramientas adecuadas, el costo humano seguirá siendo demasiado alto.
Este episodio marca un punto de inflexión. Si Chile quiere seguir siendo un destino privilegiado para el turismo de naturaleza, deberá aprender a conjugar la maravilla con la prudencia, la aventura con la responsabilidad, y la tecnología con la ética.
Solo así, la tragedia podrá transformarse en lección y el Parque Nacional Torres del Paine en un símbolo no solo de belleza, sino de respeto y cuidado profundo por la vida.