
El caso Daniel Jadue ha transitado un camino que parece no tener fin, desplegando un escenario judicial y político que convoca a múltiples actores y deja al descubierto tensiones profundas en el sistema de justicia y en la arena pública nacional.
El 14 de julio de 2025, la Corte Suprema confirmó de manera definitiva la condena contra el exalcalde de Recoleta y otros exfuncionarios por un perjuicio previsional que supera los $56 millones, derivados del pago tardío de cotizaciones durante 2015 y 2016. Esta resolución ratificó sentencias previas y rechazó el recurso de queja de Jadue, que argumentaba violaciones al debido proceso. La Corte sostuvo que el recurso fue presentado fuera de plazo, sellando la obligación de reintegrar los fondos a la municipalidad.
Pero esta confirmación judicial no ha significado el fin del enfrentamiento. Desde octubre, la defensa de Jadue ha impulsado una ofensiva para modificar su medida cautelar de arresto domiciliario total, buscando que sea reemplazada por una de menor intensidad, como el arresto nocturno. La argumentación se apoya en el desgaste físico, psicológico y económico que implica la prolongada privación de libertad, que ya alcanza los 15 meses.
Sin embargo, la Corte de Apelaciones de San Miguel rechazó el recurso, declarando inadmisible la revisión por considerar que el caso debe ser tratado exclusivamente por la Corte de Santiago, donde está radicado el proceso principal. La defensa apeló esta decisión ante la Corte Suprema, que deberá dirimir sobre la admisibilidad y, eventualmente, sobre la medida cautelar.
Este punto revela una tensión jurídica que va más allá del caso puntual: la disputa sobre la competencia y los límites de los recursos judiciales en procesos complejos y mediáticos. “No sólo es escueta, sino que carece de toda fundamentación y no se hace cargo de lo planteado por la defensa, lo que implica que el fallo no explica cuáles son las razones que le llevan a rechazar la solicitud planteada”, sostiene la abogada Yessica Aguilera, defensora penal pública de Jadue.
En el plano político y social, el caso sigue polarizando opiniones. Para sectores de izquierda y simpatizantes del Partido Comunista, la situación de Jadue es vista como una persecución política, un intento de neutralizar a un actor relevante en la oposición. En contraste, voces desde la centro derecha y sectores independientes subrayan la necesidad de respetar la independencia judicial y la responsabilidad administrativa comprobada.
“La confirmación de la condena y el mantenimiento del arresto domiciliario reflejan la seriedad con que la justicia está abordando casos de corrupción y mal manejo de recursos públicos”, comenta un analista jurídico cercano a la Corte Suprema.
Por su parte, organizaciones sociales y ciudadanos muestran una mezcla de desconfianza y cansancio frente a la prolongada exposición mediática y judicial del caso, que ha generado un desgaste en la percepción de la transparencia y la eficacia del sistema.
En definitiva, la historia de Jadue frente a la justicia chilena no es solo un relato de condenas y recursos: es un escenario donde convergen la interpretación del derecho, la política y la opinión pública, generando una catarsis colectiva que invita a la reflexión profunda sobre los límites del poder, la justicia y la democracia.
Con la Corte Suprema como árbitro final, la resolución sobre el arresto domiciliario se espera en las próximas semanas, mientras la condena por perjuicio previsional ya es una verdad jurídica incuestionable. El desenlace, más allá de la persona involucrada, deja lecciones sobre la importancia del debido proceso, la transparencia administrativa y la necesidad de un sistema judicial que pueda manejar presiones políticas sin perder su autonomía.
Así, el caso Jadue sigue siendo un coliseo donde se enfrentan no solo partes legales, sino las visiones encontradas de un Chile que busca equilibrio entre justicia, política y sociedad.