
El 14 de julio de 2025 marcó una nueva etapa en la ya turbulenta relación entre Donald Trump y su base más radical, el movimiento MAGA, a raíz del manejo oficial del caso Jeffrey Epstein. Ese día, Trump publicó en su red social un mensaje defendiendo a la fiscal general Pam Bondi, enfrentada a acusaciones internas por supuestas omisiones en la investigación sobre Epstein. Sin embargo, lejos de apaciguar las aguas, el post generó una avalancha de críticas desde dentro de su propio movimiento.
Este episodio no es un simple desacuerdo político. Representa una fractura profunda en el núcleo duro del MAGA, que desde hace años alimenta teorías conspirativas sobre la muerte del financiero y la supuesta existencia de una "lista de clientes" involucrados en redes de abuso sexual. El Departamento de Justicia, por su parte, ha reafirmado que no hay evidencia de asesinato ni de dicha lista, concluyendo que Epstein se suicidó en su celda en 2019.
En este escenario se enfrentan al menos tres grandes voces:
- Los incondicionales de Trump, que defienden la administración y desestiman las teorías conspirativas como dañinas y divisorias.
- Los activistas de ultraderecha, como Laura Loomer y Steve Bannon, que exigen una investigación más profunda y critican abiertamente a Bondi, acusándola de encubrimiento.
- Los sectores más escépticos y críticos, que ven en este conflicto una lucha de poder interna que podría debilitar al movimiento y afectar la imagen de Trump.
El choque no es solo ideológico, sino estratégico. Trump, intentando mantener la cohesión, ha ordenado a sus cercanos que calmen a los críticos más radicales, aunque sin destituir a Bondi, una señal clara de que busca controlar la narrativa sin ceder ante presiones extremas.
Esta tensión se agrava ante el recuerdo público de la relación entre Trump y Epstein, con imágenes y encuentros que alimentan sospechas y desconfianzas, pese a que no se ha probado vínculo directo con actividades ilícitas.
La disputa también ha provocado movimientos dentro del FBI, con reportes sobre la posible renuncia de su subdirector, Dan Bongino, debido a las tensiones entre la agencia y el Departamento de Justicia.
En definitiva, esta crisis revela una verdad incómoda: el caso Epstein no es solo un asunto judicial, sino un símbolo de las grietas internas que atraviesan el MAGA y, por extensión, la derecha estadounidense. La insistencia en teorías conspirativas y la desconfianza hacia las instituciones oficiales ponen en jaque la unidad de un movimiento que se percibe a sí mismo como víctima y actor político a la vez.
Las consecuencias son visibles. La fragmentación interna amenaza con debilitar la capacidad de Trump para movilizar a su base en futuras contiendas políticas, mientras que el desgaste público de figuras clave como Bondi refleja la complejidad de gestionar un movimiento que se alimenta tanto de lealtades como de sospechas.
Este episodio, lejos de cerrarse, invita a reflexionar sobre el impacto de las conspiraciones en la política contemporánea y sobre cómo las verdades oficiales, por más verificadas que estén, pueden chocar con narrativas poderosas que moldean la percepción colectiva. El desafío para Trump y el MAGA será encontrar un equilibrio entre control y apertura, entre la defensa institucional y la escucha de sus bases, si quieren evitar un desmoronamiento mayor.