
El reciente viaje del Presidente chileno a la cumbre de BRICS en Río de Janeiro, celebrado en julio de este año, ha encendido un debate que no se limita a la política exterior, sino que se extiende a la identidad y proyección internacional de Chile. El Mandatario asistió como invitado especial, invitación cursada por su par brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, en un contexto donde el bloque BRICS —compuesto por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica— busca consolidar un nuevo orden global que desafíe la hegemonía tradicional de Estados Unidos y Occidente.
Este encuentro, que en apariencia parecía una oportunidad para Chile, ha sido interpretado de maneras diametralmente opuestas. Por un lado, sectores como el Frente Amplio y el Partido Comunista ven en la participación una puerta para insertarse en un espacio geopolítico emergente, que podría ofrecer a Chile mayor influencia y alternativas estratégicas. “No se trata solo de economía, sino de posicionarnos en un mundo multipolar que exige nuevas alianzas y visiones,” señala un analista cercano a estas fuerzas.
Sin embargo, desde la derecha y parte del centro político, la asistencia fue vista con escepticismo y crítica. Se cuestiona la pertinencia de acercarse a un grupo cuyo principal impulsor es Rusia, país con el que Chile mantiene tensiones diplomáticas por la invasión a Ucrania. “La política exterior debe ser coherente y proteger los intereses nacionales, no puede estar guiada por gestos simbólicos o ideológicos,” advierte un experto en relaciones internacionales consultado para este análisis.
La contradicción se vuelve más evidente al considerar que el propio gobierno chileno ha reiterado que no tiene planes de unirse formalmente a los BRICS, pero la presencia presidencial puede interpretarse como un primer paso o, al menos, una señal ambigua. El canciller ha insistido en que la política exterior debe ser de Estado, con una estrategia clara y de largo plazo. Sin embargo, la falta de un posicionamiento público detallado ha dejado espacio para interpretaciones diversas y críticas sobre la improvisación o falta de claridad en la agenda internacional del país.
Además, la coyuntura global suma complejidad: Estados Unidos impulsa una política arancelaria agresiva y ejerce presión política en la región, mientras que los BRICS avanzan en propuestas que incluyen una posible nueva moneda para desafiar al dólar. Chile, país altamente dependiente del comercio internacional, debe navegar con cautela entre estos polos.
Desde las regiones, especialmente las más afectadas por la economía extractiva y la globalización, la recepción fue mixta. Algunos actores ven en la diversificación de alianzas una oportunidad para impulsar desarrollo, mientras que otros temen que la falta de claridad en la política exterior pueda traducirse en costos económicos y diplomáticos.
La sociedad civil también ha expresado inquietudes sobre la transparencia y el debate público en torno a estas decisiones, demandando que la política exterior no sea un asunto cerrado ni exclusivo de elites políticas.
La participación de Chile en la cumbre de BRICS ha puesto sobre la mesa la urgencia de definir con claridad una política exterior coherente, estratégica y que refleje los intereses nacionales en un mundo multipolar y complejo. La tensión entre la búsqueda de protagonismo internacional y la necesidad de mantener principios y alianzas tradicionales no ha sido resuelta, sino que más bien se ha profundizado.
Este episodio revela que Chile está en un momento de encrucijada diplomática: sus decisiones tendrán consecuencias visibles en su posición global, en sus relaciones comerciales y en la percepción interna de su rumbo político. La invitación y asistencia presidencial a BRICS no fue solo un gesto protocolar, sino un desafío que obliga a los actores políticos y sociales a enfrentar las contradicciones y a debatir con profundidad sobre el lugar que Chile desea ocupar en el tablero mundial.