
Un fin de semana que quemó la calma de la zona central de Chile. Desde el sábado 22 de noviembre, la Dirección Meteorológica de Chile (DMC) emitió un aviso y alerta por una ola de calor que afectó a cinco regiones, con máximas que en algunos sectores superaron los 37 °C y se acercaron peligrosamente a los 40 °C. Este fenómeno no solo activó protocolos de emergencia, sino que también puso en evidencia las tensiones que genera el calentamiento global en territorios donde la infraestructura y las políticas públicas aún no están preparadas para estos extremos.
Las regiones más afectadas fueron la mitad sur de la Región Metropolitana, O’Higgins, Maule y Ñuble. En estas zonas, las tardes ardieron con temperaturas entre 37 y 39 °C, mientras que el centro de Santiago alcanzó los 32 a 33 °C. Las noches, lejos de ofrecer alivio, mantuvieron temperaturas por sobre los 25 °C, generando un estrés térmico que impactó en la salud y calidad de vida de las personas.
La meteoróloga Viviana Urbina advirtió que el núcleo de calor se desplazó hacia el centro sur, incrementando el riesgo de incendios forestales, fenómeno que en años recientes ha devastado miles de hectáreas. 'La combinación de viento y calor extremo crea condiciones peligrosas para la propagación de incendios', señaló Urbina, poniendo en alerta a comunidades rurales y urbanas.
En el coliseo de esta crisis climática, las voces se alzan en distintos tonos. Por un lado, el gastroenterólogo Roque Sáenz enfatizó la urgencia de proteger a los grupos más vulnerables: niños, adultos mayores, embarazadas y personas con enfermedades crónicas. 'El golpe de calor puede ser mortal si no se detecta y trata a tiempo', advirtió, mientras los servicios de salud enfrentaban un aumento en consultas por descompensaciones relacionadas con el calor.
Desde el ámbito político, el debate se polariza. Algunos sectores critican la falta de inversión estatal en infraestructura climáticamente resiliente y en campañas de prevención efectivas. Otros defienden las acciones del gobierno, apuntando a que la crisis es un fenómeno global que exige cooperación internacional y políticas de largo plazo.
Comunidades locales, especialmente en zonas rurales, expresan frustración por la escasa participación en la toma de decisiones y la falta de recursos para adaptarse a estas nuevas condiciones climáticas. 'Nos dejaron solos frente al fuego y el calor', relatan dirigentes vecinales, evidenciando una brecha entre las políticas públicas y las necesidades reales del territorio.
Este episodio de calor extremo no es un evento aislado, sino parte de una tendencia creciente que Chile debe enfrentar con urgencia y profundidad. Estudios recientes confirman que el cambio climático ha aumentado los días de calor extremo en la zona central, y que esta realidad impacta en la salud pública, la seguridad alimentaria, la economía local y el equilibrio ambiental.
La verdad que emerge de este desafío es clara: no basta con emitir alertas meteorológicas; se requiere un enfoque integral que combine adaptación, mitigación y justicia social. La ola de calor ha expuesto la vulnerabilidad estructural y la necesidad de un diálogo plural que incluya a científicos, autoridades, comunidades y sectores productivos.
En definitiva, la zona central de Chile se encuentra en una encrucijada climática que exige no solo medidas inmediatas para proteger a sus habitantes, sino también una transformación profunda en la forma en que se gestiona el territorio y se enfrenta el calentamiento global. El calor extremo es solo la antesala de un futuro que, sin acción decidida, puede volverse aún más inhóspito.
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Fuentes consultadas: Dirección Meteorológica de Chile (DMC), entrevistas con meteorólogos y especialistas en salud pública, reportes comunitarios y análisis científicos recientes sobre cambio climático en Chile.