
Chile vuelve a sentir la sacudida de la naturaleza con una serie de sismos que, aunque no alcanzaron magnitudes catastróficas, reavivaron viejas dudas y temores sobre la preparación nacional ante un movimiento telúrico de mayor envergadura.
Durante la jornada del 22 de noviembre de 2025, el Centro Sismológico Nacional de la Universidad de Chile reportó al menos cinco sismos con magnitudes entre 3.0 y 3.9, distribuidos desde la región de Antofagasta hasta Coquimbo. Estos movimientos, aunque en su mayoría imperceptibles para la población general, fueron registrados con precisión y difundidos para mantener informada a la ciudadanía.
Sin embargo, la repetición de estos eventos no ha calmado la ansiedad social, sino que la ha transformado en un debate público sobre la eficacia de las medidas de prevención y respuesta. “Chile está en una zona de alta sismicidad, pero la preparación no es homogénea ni suficiente en todas las regiones,” señala la experta en gestión de riesgos naturales, María Fernández.
Desde una perspectiva política, las críticas se dividen. Por un lado, sectores opositores al gobierno actual argumentan que “la inversión en infraestructura resistente y educación ciudadana ha sido insuficiente, y la comunicación oficial carece de claridad y constancia.” Por otro, representantes del Ejecutivo sostienen que “se han fortalecido los protocolos de emergencia y se ha ampliado la cobertura de simulacros y campañas informativas.”
En las regiones más afectadas por los temblores, la percepción ciudadana varía. En zonas urbanas como La Serena, algunos habitantes expresan una sensación de rutina ante estos movimientos, mientras que en localidades rurales y menos conectadas, la preocupación se mezcla con la incertidumbre y el temor a no contar con recursos adecuados para una emergencia real.
El Servicio Nacional de Prevención y Respuesta ante Desastres (Senapred) reiteró sus recomendaciones básicas: mantener la calma, identificar zonas seguras en el hogar y la comunidad, y estar atentos a las comunicaciones oficiales. Sin embargo, estudios recientes muestran que la adherencia a estas recomendaciones es desigual, y que factores socioeconómicos y culturales influyen en la capacidad de respuesta de los ciudadanos.
Históricamente, Chile ha sido escenario de algunos de los terremotos más devastadores del mundo, como el del 27 de febrero de 2010. Aquella tragedia dejó una huella imborrable y una lección sobre la necesidad de preparación integral. Hoy, 15 años después, la pregunta persiste: ¿estamos realmente preparados para el próximo gran sismo?
“La memoria colectiva es frágil y la complacencia puede ser mortal,” advierte el sociólogo especializado en desastres naturales, Rodrigo Silva. “El desafío es convertir la experiencia en políticas públicas sostenibles y en un cambio cultural profundo.”
En definitiva, los temblores recientes son una llamada de atención que enfrenta a Chile con su realidad sísmica constante. La tragedia ajena, la que no nos toca directamente pero que podría hacerlo en cualquier momento, se exhibe en este escenario donde la naturaleza y la sociedad se enfrentan en un duelo persistente.
Este episodio revela, más allá del movimiento de la tierra, una tensión social y política que exige respuestas claras, inclusivas y efectivas. La verdad que emerge es que la preparación no es un acto único, sino un proceso continuo, donde la participación ciudadana, la voluntad política y la inversión estratégica deben converger para mitigar el impacto inevitable de la próxima gran sacudida.
Fuentes consultadas incluyen informes del Centro Sismológico Nacional, declaraciones oficiales de Senapred, análisis de expertos en gestión de riesgos y sociología, y testimonios ciudadanos recogidos en las regiones afectadas.