
El regreso de Michelle Bachelet a Chile el pasado 11 de julio de 2025 marcó un momento crucial en la campaña presidencial de Jeannette Jara, la candidata oficialista que se impuso en la primaria del 29 de junio con más del 60% de los votos. Bachelet aterrizó en el país tras participar en actividades del Club de Madrid en Sevilla, donde ejerce como vicepresidenta, y su llegada fue esperada con ansiedad por el equipo de Jara, que veía en la exmandataria una figura capaz de mover la aguja electoral, especialmente en el voto femenino.
Desde entonces, el escenario político se ha convertido en un auténtico coliseo donde se enfrentan diversas visiones sobre el peso que debe tener Bachelet en la campaña. Por un lado, la candidata y su entorno han buscado visibilizar un acercamiento que simbolice unidad y respaldo. Por otro, sectores del Socialismo Democrático, como el senador José Miguel Insulza, expresaron públicamente su frustración por la ausencia de un apoyo explícito previo a la primaria, especialmente en favor de la candidatura de Carolina Tohá, derrotada en esa instancia.
"No me cabe ninguna duda que la presidenta Bachelet [...] va a apoyar y colaborar con la opción progresista, en este caso, la candidatura de Jeannette Jara", afirmó Juan Santana, jefe de bancada del PS, aunque advirtió que el compromiso de Bachelet se ajustaría a sus prioridades y tiempos, sin asumir un protagonismo absoluto. Desde el entorno de la expresidenta, en tanto, señalaron que no había agenda confirmada para un encuentro formal con Jara, pese a la expectativa pública.
Este juego de tensiones refleja una realidad más profunda: la figura de Bachelet sigue siendo un símbolo de poder y legitimidad en la izquierda chilena, pero también un foco de disonancia. Su decisión de no pronunciarse por ningún candidato antes de la primaria fue interpretada como prudente por algunos y como falta de liderazgo por otros, evidenciando las fracturas internas del oficialismo.
La llegada de Bachelet también activó un debate sobre estilos y trayectorias políticas. Tanto ella como Jara comparten la característica de haber saltado desde cargos ministeriales a la candidatura presidencial sin haber ganado elecciones previas, una ruta poco común que genera cuestionamientos sobre representatividad y conexión con las bases ciudadanas. Ana Lya Uriarte, cercana a Bachelet y primera voz oficialista en reconocer esta similitud, subrayó que ambas candidatas representan una continuidad en la forma de hacer política dentro del sector.
El impacto real del apoyo de Bachelet en la campaña de Jara, especialmente en el electorado femenino, aún no se ha materializado en cifras contundentes, aunque la expectativa se mantiene alta. Este fenómeno pone en evidencia la complejidad de las dinámicas internas en la coalición oficialista y la dificultad de traducir capital político personal en votos efectivos en un escenario electoral fragmentado y competitivo.
En conclusión, el regreso de Michelle Bachelet a Chile ha sido más que un simple acto simbólico: ha puesto en evidencia la tensión entre la necesidad de unidad y las diferencias estratégicas dentro del oficialismo. La figura de Bachelet sigue siendo un referente, pero también un motivo de debate sobre liderazgo, estilos políticos y la capacidad de influir en el electorado contemporáneo. La campaña de Jeannette Jara enfrenta así un desafío doble: capitalizar ese respaldo sin perder autonomía ni identidad propia, en un contexto donde la política chilena demanda renovaciones y respuestas claras a problemas sociales y económicos que ya no admiten ambigüedades.