En medio de un conflicto que parecía interminable, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu anunció en julio de 2025 la expectativa de alcanzar un alto al fuego en Gaza "en pocos días". Esta declaración, que en su momento generó esperanzas y escepticismo, hoy se lee con la perspectiva de un proceso complejo, marcado por la violencia, la diplomacia y las profundas heridas sociales.
El origen de esta escalada remonta a meses atrás, cuando Hamas intensificó sus ataques contra Israel y capturó rehenes, desencadenando una respuesta militar israelí contundente en la Franja de Gaza. La guerra, que se extendió por semanas, dejó un saldo devastador en ambos bandos, con miles de víctimas civiles y militares.
Desde la perspectiva israelí, Netanyahu calificó a Hamas de "monstruos" que "oprimen a su propio pueblo y utilizan a civiles como escudos humanos", argumentando que Israel intentó advertir a la población civil mediante mensajes y panfletos para que evacuaran las zonas de combate. Según el primer ministro, las muertes civiles se deben a las tácticas de Hamas, que impide la evacuación y dispara contra sus propios habitantes para generar imágenes que culpen a Israel.
Por su parte, el grupo palestino rechazó estas acusaciones, calificándolas de una estrategia israelí para justificar la destrucción y el bloqueo. Desde Gaza, voces civiles y organizaciones internacionales denunciaron que las operaciones militares israelíes causaron un sufrimiento inmenso y una crisis humanitaria sin precedentes.
Este enfrentamiento no solo fue un choque bélico, sino también un duelo de narrativas que polarizó opiniones a nivel global. La comunidad internacional se dividió entre quienes apoyaban el derecho de Israel a defenderse y quienes condenaban la respuesta militar por su impacto en la población civil palestina. Países de Medio Oriente, Europa y América Latina expresaron posturas que reflejaron sus intereses geopolíticos y sensibilidades históricas.
En términos diplomáticos, la expectativa inicial de un alto al fuego se vio complicada por la desconfianza mutua y la presión de actores externos. Sin embargo, se logró un acuerdo temporal que permitió la liberación parcial de rehenes y una tregua de 60 días, aunque con tensiones latentes y sin resolver las causas profundas del conflicto.
En Chile y América Latina, este episodio reavivó el debate sobre la política exterior, los derechos humanos y la solidaridad internacional. Organizaciones sociales y académicos llamaron a una reflexión profunda sobre la necesidad de soluciones justas y duraderas, que trasciendan la violencia y el ciclo de represalias.
A la luz de los hechos y las múltiples perspectivas, se puede concluir que:
- La guerra en Gaza expuso la fragilidad de los mecanismos de resolución de conflictos en Medio Oriente.
- Las narrativas contrapuestas evidencian la dificultad de alcanzar consensos en contextos de violencia prolongada.
- La tregua, aunque necesaria, es solo un paso en un proceso que requiere diálogo, reconocimiento mutuo y compromiso internacional.
Este episodio es un recordatorio doloroso de cómo las tragedias humanas se entrelazan con estrategias políticas y discursos que buscan legitimar acciones en escenarios donde el sufrimiento ajeno es moneda corriente. El desafío para la comunidad global es transformar estas lecciones en un camino hacia la paz y la justicia.