
En julio de 2025, el expresidente Donald Trump anunció una amenaza concreta: aumentar en un 50% los aranceles al cobre chileno exportado a Estados Unidos. Esta declaración, lejos de quedar en el olvido, reverberó durante meses en los pasillos del Palacio de La Moneda, las cámaras empresariales y los foros internacionales. Hoy, a casi cinco meses de aquel anuncio, el pulso entre ambos países ofrece una lección de diplomacia, economía y política que aún no termina de resolverse.
Desde el inicio, el gobierno de Gabriel Boric optó por una respuesta mesurada y estratégica. "Chile sigue apostando por la diplomacia, la cooperación internacional y los tratados de libre comercio como herramientas para enfrentar los desafíos globales", afirmó el mandatario poco después de la amenaza. Esta postura reflejó la necesidad de evitar una escalada que pudiera afectar no solo la economía, sino también las relaciones políticas y sociales entre ambos países.
Sin embargo, la amenaza de Trump no fue un evento aislado sino el síntoma visible de un contexto más complejo: la creciente competencia global por recursos estratégicos, la presión interna estadounidense para proteger industrias nacionales y la percepción de vulnerabilidad en el mercado del cobre, donde Chile es actor principal.
Desde el ala política conservadora en Chile, se criticó al gobierno por lo que algunos llamaron una "respuesta tibia". Voces como las del senador Juan Carlos Soto argumentaron que "la defensa de los intereses nacionales requiere acciones más firmes, incluso retaliatorias, para no mostrar debilidad". En contraste, sectores progresistas y ambientalistas celebraron la prudencia como una oportunidad para avanzar hacia una minería más sostenible y menos dependiente de mercados volátiles.
En el ámbito empresarial, la Confederación de la Producción y del Comercio (CPC) advirtió que un aumento arancelario afectaría la competitividad y podría provocar despidos en regiones mineras clave, como Antofagasta y Atacama. Sin embargo, algunas voces empresariales menores propusieron diversificar mercados y acelerar la innovación tecnológica para reducir la vulnerabilidad.
En las regiones mineras, la incertidumbre generó preocupación entre trabajadores y comunidades. "El cobre es el motor de nuestra economía, pero también de nuestra identidad. Esta disputa nos recuerda que dependemos demasiado de un solo producto y mercado", explicó María González, dirigente sindical en Calama. Por su parte, organizaciones indígenas y ambientalistas aprovecharon el debate para demandar mayor participación en las decisiones y un giro hacia energías limpias y minería responsable.
En el plano internacional, expertos consultados por este medio señalan que la situación refleja un patrón recurrente en la geopolítica de materias primas. El cobre, esencial para la transición energética global, se ha convertido en un recurso estratégico y objeto de tensiones comerciales y políticas.
Analistas de la Universidad de Georgetown y la Universidad de Chile coinciden en que la respuesta chilena, basada en la diplomacia y la diversificación, es adecuada para un país pequeño frente a potencias mayores. Sin embargo, advierten que el escenario futuro exige políticas públicas que fortalezcan la innovación, la sustentabilidad y la resiliencia económica.
La amenaza arancelaria de Trump no se materializó en un aumento inmediato de impuestos al cobre chileno, pero dejó una marca indeleble en la agenda política y económica nacional. La crisis puso en evidencia la vulnerabilidad de Chile ante decisiones externas y la necesidad urgente de diversificar su matriz productiva y mercados.
Además, el episodio mostró la coexistencia de múltiples visiones legítimas: desde la defensa nacionalista y proactiva hasta la apuesta por la diplomacia y la sostenibilidad. Esta disonancia cognitiva, lejos de paralizar, puede ser el motor para un debate más profundo y democrático sobre el futuro del país.
En definitiva, el pulso entre Chile y Estados Unidos por el cobre no es solo un capítulo más en la historia comercial, sino un espejo que refleja las tensiones globales, las expectativas locales y la complejidad de navegar en un mundo interconectado, donde la economía, la política y la sociedad se entrelazan en un escenario de desafíos y oportunidades.