El 16 de noviembre de 2025 marcó un antes y un después en la política chilena. Franco Parisi, líder del Partido de la Gente (PdG), obtuvo un sorpresivo tercer lugar en la elección presidencial con un 19,7% de los votos. Más allá de la cifra, su irrupción trajo consigo una transformación profunda en el mapa político nacional, que se refleja también en la Cámara de Diputados, donde el PdG logró electos 14 parlamentarios, posicionándose como una fuerza bisagra para el futuro gobierno.
Este fenómeno no fue anticipado por las encuestas ni por los análisis tradicionales. Ricardo Solari, exministro del Trabajo, señaló que la irrupción del PdG “cambió el panorama total de la política chilena”, apuntando a que su electorado fue en gran parte invisible para los estudios de opinión porque tomó la decisión en los últimos días y se movilizó por propuestas concretas que responden a inquietudes cotidianas, como el alto costo de la vida y la inseguridad.
La politóloga Mireya Dávila, desde la Universidad de Chile, aporta una lectura que ubica a Parisi como un actor que representa una tercera vía, distinta tanto de la derecha tradicional como de la ultraderecha libertaria encarnada por José Antonio Kast y Johannes Kaiser. “Parisi es individualista, sin un proyecto colectivo claro, pero muy concreto en su discurso, lo que conecta con personas menos ideologizadas y más preocupadas por soluciones prácticas”, explica.
La geografía electoral también refleja esta nueva realidad. Mientras Kast dominó en el sur y centro del país, y Jeannette Jara (PS-PC) concentró su apoyo en sectores urbanos progresistas, Parisi se impuso en el norte, una región históricamente de izquierda que hoy se siente abandonada y descontenta. Dussaillant, analista cercano a Kast, apunta que el voto por Parisi es un voto antisistema de clase media enojada con el Gobierno y con las soluciones tradicionales.
Pero el fenómeno Parisi no solo es un desafío para los partidos tradicionales sino también para la narrativa política. Su electorado no se identifica con los discursos ideológicos clásicos y utiliza las redes sociales como principal canal de comunicación, una estrategia que el exsubsecretario Rodrigo Ubilla atribuye a su éxito: “No extremos, propuestas concretas y redes sociales: una comunicación silenciosa pero efectiva”.
Este escenario ha generado tensiones y contradicciones. En la inmediata post primera vuelta, figuras del oficialismo intentaron captar el apoyo de Parisi, incluso reconociendo su aporte a la política chilena, mientras que algunos excolaboradores y sectores de izquierda lo criticaron con dureza, evidenciando la distancia entre el líder y su electorado. “Parisi no es la gente, pero representa el enojo y el abandono que sienten sus votantes”, advierte un análisis desde la academia.
En el coliseo político que se abre para la segunda vuelta, la pregunta es cómo se articularán estas fuerzas. Kast suma los apoyos de Matthei y Kaiser, pero el destino de los votos de Parisi es incierto. Luis Ruz, de Democracia y Comunidad, advierte que “pensar que la segunda vuelta está cerrada es un error” y que el voto social y valórico puede modificar el escenario.
La verdad que emerge de esta contienda es que Chile enfrenta una fragmentación inédita, donde el desencanto con la política tradicional se traduce en nuevas formas de representación y comunicación. La política ya no es solo un juego de partidos históricos, sino un tablero donde actores disruptivos plantean demandas concretas y movilizan a sectores invisibilizados hasta ahora.
Las consecuencias son claras: los futuros gobiernos deberán negociar con un Congreso fragmentado, donde el PdG será clave, y atender a un electorado que no responde a los esquemas clásicos, sino a la urgencia de soluciones prácticas y a la expresión de un malestar social profundo.
Este fenómeno invita a repensar la política chilena más allá de los clichés y a aceptar que la crisis de representación es también una oportunidad para abrir nuevos espacios de diálogo y construcción colectiva, aunque el camino sea incierto y conflictivo.