
Un pulso económico que no se resolvió en julio, sino que se extendió y profundizó en los meses siguientes. El 8 de julio de 2025, el gobierno de Estados Unidos anunció la imposición de nuevos aranceles a siete países, incluyendo a Chile, en un giro proteccionista que buscaba proteger industrias nacionales ante la percepción de competencia desleal. Más de cuatro meses después, las consecuencias de esta medida se sienten con fuerza, y el debate sobre sus impactos ha dejado al descubierto tensiones profundas en la economía y la política chilena.
La decisión de la administración estadounidense, liderada por Donald Trump, no fue una sorpresa para los analistas que venían advirtiendo un resurgimiento de políticas comerciales restrictivas. 'Menos palabrería, más acción', declaraba entonces el presidente estadounidense, dejando claro que la línea era endurecer la defensa de sus mercados.
Para Chile, un país altamente dependiente de sus exportaciones, esta medida fue recibida con alarma. El dólar escaló rápidamente, alcanzando niveles que complicaron la planificación de importadores y exportadores, mientras que sectores productivos comenzaron a ajustar sus expectativas y estrategias.
Desde el oficialismo, la postura ha sido de cautela. Algunos sectores valoran la medida como una oportunidad para fortalecer industrias nacionales y generar empleo, en línea con discursos que cuestionan la globalización sin controles. 'Es momento de repensar nuestra estrategia exportadora y apoyar la diversificación productiva,' señaló un representante del Ministerio de Economía.
En contraste, la oposición y gremios empresariales advierten sobre el riesgo de una escalada proteccionista que podría aislar a Chile y afectar su inserción internacional. 'Estos aranceles son un llamado de alerta para que Chile fortalezca sus tratados y busque nuevos mercados, no para cerrar puertas,' afirmó un líder de la Confederación de la Producción y del Comercio (CPC).
En regiones mineras y agrícolas, donde la exportación es el motor económico, la medida ha generado preocupación. Productores de cobre, frutas y vinos han reportado caídas en sus volúmenes de venta y una mayor incertidumbre para planificar inversiones. El precio del cobre, un indicador clave, registró fluctuaciones atribuidas en parte a esta tensión comercial.
Por otro lado, trabajadores de industrias que compiten con productos importados han expresado esperanzas en que estos aranceles permitan una recuperación de sus empleos. Sin embargo, la realidad muestra que la transición no es sencilla ni inmediata.
La imposición de aranceles no es un fenómeno nuevo, pero su resurgimiento en 2025 marca un cambio de época. Históricamente, Chile ha apostado por la apertura comercial como motor de crecimiento. La última década mostró un crecimiento sostenido gracias a tratados de libre comercio y una inserción global dinámica. Esta coyuntura desafía ese modelo y obliga a repensar estrategias.
Este episodio revela varias verdades incómodas. Primero, que la economía global está en un momento de redefinición, donde el equilibrio entre protección y apertura es cada vez más frágil. Segundo, que Chile debe diversificar no solo sus mercados, sino también su matriz productiva para resistir shocks externos.
Finalmente, la narrativa oficial y la de los sectores afectados no se reconciliarán fácilmente. El desafío para Chile es gestionar esta tensión sin sacrificar su inserción internacional ni la cohesión social que la economía demanda.
Este pulso, lejos de ser un simple capítulo más en la agenda económica, es un espejo de las complejidades y contradicciones que enfrentan las sociedades en un mundo cada vez menos predecible.
2025-11-12
2025-11-12